Contar, contar, no voy a contar nada que no sepáis, o que no se haya repetido una y mil veces, no a mí, sino a miles, en el trascurso del lío de la vida o el curso del río de la vida, que lo mismo da. Hablo de l as aguas turbulentas de Simon y Garfunkel y su puente que te viene bien cuando todo se pone cenizo. Pero no siempre hay puente, y lo que es peor, no siempre hay río. No sabía muy bien si sería capaz de ponerme de nuevo a escribir, o a nadar, o a correr, o a hacer las cosas que se me dan más o menos bien, que no son pocas, las cosas que me preocupan o me divierten, como dice Rosendo Mercado. Las cosas a las que damos nuestro amor loco, lo que nos mueve, lo que nos desentraña. Para desescalar sin red (y sin cuerda), una tarde de febrero de 2021 empecé a sentirme débil, apagado, nervioso. Me subía la fiebre como nunca antes. No quería ir al centro de salud porque el mundo estaba lleno de covid, y yo no tenía covid, yo tenía otra cosa, no sabía qué, pero no era covid, y no tení