En el
gigantesco paraguas que abrimos al pronunciar la palabra fútbol cabe un
imperio, y como tal hay que tratarlo, el imperio.
Disgregar
el deporte del fenómeno de masas resulta prácticamente imposible. La simbiosis es
total. El fenómeno de masas atrae dinero a espuertas y el dinero produce
promoción, la promoción hace de la disciplina deportiva que reina en gran parte
del mundo lo que es.
Esto
es así. Y si queremos que el fútbol tenga más de deporte que de mercado, hay
que partir de esta base.
Hasta
hace apenas unos meses la cabeza visible del fútbol mundial era Blatter, lo que
ya lo dice todo, y Joao Havelange, al que hemos podido conocer también a
posteriori, nos ha dejado ver que se ha manejado muy peculiarmente ahí arriba.
Blatter hacia "la luz", una foto de Reuters y AP |
Blatter,
en la escapada hacia la luz nos deja muchas más dudas que certezas y algunas
certezas que no queríamos tener. Aunque él afirma sin problemas que algún día
subirá al cielo, y no seré yo quien se lo discuta, Si es verdad que la justicia humana y la divina están últimamente cogiendo distancia
y Caronte debe estar hecho un verdadero lío.
Lo que
sucede con el fútbol, y ahora no hablo de una disciplina deportiva sino de política-negocio,
es que lo que se genera en el entorno de la élite, (el fenómeno de masas), no es
una nube que de vez en cuando suelte agua para regar la tierra y alimentar a
las raíces (the grassroots, como en inglés se llama a la base deportiva), sino
que más bien es todo un gran mazacote, y el fútbol de élite es la capa más alta
de una sólida estructura de bloques, y esta capa impregna todas y cada una de
las que tiene debajo.
Imaginando
que la capa más baja del bloque es el deporte de base de las zonas más
deprimidas y necesitadas. De forma que ese deporte de barrio marginal soporta,
de manera inversa a lo que debería suceder, al gran mercado.
¿Y qué
pasa en España?
El
deporte en nuestro país basa su estabilidad y crecimiento en un modelo que (desde
la utopía, en mi opinión) propone establecer modelos de asociación deportiva
basados en la responsabilidad jurídica y económica de sus responsables.
Y digo
desde la utopía, porque ¿cómo se puede pedir desde la célula madre que las asociaciones pequeñas hagan lo que
históricamente han sido y son incapaces de hacer las grandes federaciones y los
clubes monumentales?
En las
actitudes puramente deportivas resulta muy sencillo de entender, y cuando un
mal ejemplo en el campo de juego en una final de un gran campeonato queda
patente, acto seguido muchas voces desde todos los lugares del planeta se unen
para implorar un buen ejemplo, para reconocer que, por decir algo, meter el
dedo en el ojo al entrenador contrario, o tocar la zona escrotal a un jugador oponente
es un horrible ejemplo para quienes están viendo el partido.Y no hay persona que no sepa que un mal ejemplo se propaga con la velocidad del gas.
Pero
en el ámbito de la política deportiva y de la gestión de clubes y asociaciones
aún no se toma en cuenta que el mal ejemplo es algo que también resulta tremendamente
negativo.
Gestiones
lamentables se suceden por toda la geografía mundial amparadas en, e incluso
justificadas por, el mal ejemplo.
Ejemplos
muy negativos de comportamientos muy nocivos con la Hacienda Pública de
deportistas e instituciones, Grandes
clubes que escudados en la historia y el arraigo, se entregan a instituciones
públicas, o a fortunas extranjeras, sin repensar en ningún caso su misión
social real.
Ejemplos
de llamada a la desobediencia civil en clubes deportivos de altísimo nivel, Comportamientos
asombrosamente similares a los de la cosa
nostra en responsables de grandes entidades futbolísticas…
En
fin, qué voy a decir yo que tú no sepas.
¿A dónde conducen todos estos malos ejemplos desde los grandes clubes, federaciones,
ligas profesionales?
Un caso concreto. La pitada.
Para responder a esto, me hago otra pregunta.
¿Por
qué continúa generando un vínculo emocional un club que, como el Barcelona, promueve
una pitada monumental a un símbolo del país al que pertenece, en un día en el
que en el campo, de los 11 jugadores que van a representar al club sólo tres son
catalanes?
El
interés de esta reflexión no es poner el foco en el sentimiento independentista,
la utilizo sólo como ejemplo de la forma en la que los clubes de fútbol buscan
resonancia social, a pesar de que con la lógica en la mano, es un asunto
realmente extraño que una afición que va a animar a dos brasileños, dos
argentinos, un francés, un alemán y un croata ponga tanto énfasis en una
manifestación política identitaria.
Y en
paralelo, también sorprende que millones de personas que son objeto de un monumental rechazo sigan siendo aficionadas al Barcelona una vez pasado
el minuto de pitada generalizada.
Y es
extraño todo esto y no hay sociólogo que pueda explicarlo.
¿Por qué en los
grandes equipos del mundo conviven perfectamente los extremos? ¿Por qué se
pueden sentir campeones de la liga española, o de la de Europa con equipos que
son en realidad selecciones mundiales? ¿Por qué se considera un éxito conseguir un campeonato de liga con un jugador
salido de la cantera y el resto contratados a precio de locura en un mercado
que supone una burbuja tan macro económica como la última inmobiliaria? Es muy
extraño.
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