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Galina Zybina, la atleta que llegó del hambre

    El 26 de julio de 1952 Galina Zybina ganó el oro en lanzamiento de peso en los Juegos Olímpicos de Helsinki. Y eso parecía que era lo que tenía que pasar, porque la URSS se estrenaba en unos Juegos y no pasaba por su imperiosa cabeza aparecer allí como comparsas. La URSS no había estado en los Juegos Olímpicos desde su fundación como nación en 1922.

    Galina Ivanovna Zybina era mucho más que una lanzadora de peso, siendo eso algo realmente digno de todo elogio, ella era, además, una superviviente.

    ¿Superviviente de modo metafórico o en términos absolutos? Saca a la palestra tus habilidades para hacer juicios de valor, te cuento la película.

 

Galina Zybina

    Galina llegó a la esfera terrestre veintiún años antes de esos Juegos de Helsinki, el 22 de enero de 1931, y llegó en Leningrado, la misma ciudad que había sido San Petesburgo y que con la revolución soviética le quitaron el san y la llamaron Petrogrado, y entonces dejó de ser la capital del Imperio Ruso porque ya no había Imperio Ruso sino Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y la capital pasó a ser Moscú, y Petrogrado, un par de años después, pasó a llamarse Leningrado.
    Sí, más o menos los mismos días que sacaban el cerebro del cráneo de Lenin para estudiarlo a ver de dónde salía su genio, rebautizaron a Petrogrado y la llamaron Leningrado.

    Y ya que estoy con la historia toponímica de la ciudad, recordemos que ha seguido siendo Leningrado hasta 1991, cuando se firmó el Acuerdo de Belavezha y volvió a ser San Petesburgo. Se ve que del cerebro de Lenin no se sacó tanta información valiosa como para considerarle digno de mantener su nombre en la imponente ciudad del río Nevá.

    Pero estábamos en Leningrado en 1931 y hemos visto cómo llegaba al mundo una referencia del lanzamiento, Galina Zybina. (tres veces medallista olímpica entre el 52 y el 64). Y si te paras a pensar y atas cabos, te darás cuenta de que cuando se inició el Sitio de Leningrado, Galina tenía 10 años.

    Durante el Sitio de Leningrado pasaron todas las calamidades que se te puedan imaginar. Alemania con sus nazis a la cabeza pretendía tomar la ciudad, pero las cosas se les complicaron, y el sitio se alargó durante tres años. El padre de Galina se fue al frente y ella con el resto de la familia se quedó a verlas venir. A quien no vio venir ni nada fue a su padre.

    El día en que iban a salir en un camión hacia Ladoga por el corredor que habían conseguido abrir las fuerzas soviéticas, Galina y uno de sus hermanos decidieron que no se iban y se negaron en redondo, se pusieron muy petardos, desesperantes, armados de la mayor tozudez posible, y emperrados en que no se movían, y que se quedaban en su apartamento.

    Y entonces su madre, sin demasiadas fuerzas, decidió que lo mejor era quedarse y que ya se vería por dónde salía el sol mañana.

    Aquel camión, en su huida de la ciudad, con gran parte del vecindario dentro, fue bombardeado y destrozado. Y sus ocupantes, civiles huyendo del horror, pasaron a la lista infinita de asesinados por el imperialismo (nazi en este caso, pero entiéndase imperialismo/colonialismo en general, sin otras etiquetas). En estos días de bombardeos de corredores humanitarios me acuerdo de lo de quitar etiquetas a los asesinos y dejarles sólo esa adjetivación. Pero volvamos al Sitio de Leningrado, que telita.

    Galina y su hermano, durante unos meses, se calentaban con la leña que había dejado su padre antes de marcharse a pegar tiros en representación de la hoz y el martillo. Y se alimentaban con lo que unos y otras les iban pudiendo ofrecer.

    En 1942, en mayo, volvieron a abrirse algunas escuelas, y cuando se abrió la que estaba más cerca de su casa, allí se presentó Galina. En la escuela les daban de comer, y eso ya era algo, les daban de comer, por ejemplo, un poco de nabo hervido con un vasito de leche.

    Y en la escuela, también, por qué no decirlo, les ayudaban a sobrevivir mentalmente. Constantemente revisaban si el bloqueo les afectaba psicológicamente, y en muchos casos descubrieron que sí -perspicacia psicosocial-. Entonces se decretó que los niños y las niñas a partir del quinto grado comenzaran a trabajar. Algo muy favorecedor para tener una infancia equilibrada, como puedes imaginar.

    Y esa decisión tan humanitaria para la infancia a Galina le tocó de lleno, tenía doce años y la llevaron junto a un hermano y otra criatura más de su escuela a trabajar a la granja estatal. La guerra siempre tiene aparejados abanicos de opciones encantadoras.

    Como estímulo de esos que igual se podían haber ahorrado, a esa tierna edad le concedieron la medalla "Por la Defensa de Leningrado". Ya ves cómo son las cosas, para medallas y placas siempre hay presupuesto, hasta en las más misérrimas condiciones.

    Su madre consiguió un curro relativamente digno limpiando el comité del distrito de Vyborg. En ese momento no había calefacción en las casas, el agua estaba congelada. Así que Galina con su hermano salían a cortar leña con su madre a las cinco de la mañana y la subían a peso hasta su tercer piso, luego iban para la escuela y allí trataban de aprender cosas, y algunos días a la semana, además, pasaban unas horas laborales en la granja estatal.

    Dormía entre tres y cuatro horas. Realmente, para tener pesadillas no necesitaba dormir, así que esa parte del sueño se la evitaba.

    En algún momento llegaron a hacer cola por el pan, colas que duraban más de un día. Colas a tantos grados bajo cero que se te congela el cerebro sólo de pensarlo. Lo normal eran ciento veinticinco gramos de pan al día, a veces no daban pan, les entregaban harina, y entonces aprendieron la importancia de conseguir levadura.

    Vivían en un piso con una pequeña habitación, un baño y una cocina, ella, su madre y su hermano. La estufa calentaba el gélido invierno, unas galletas con sabor a tierra resucitaron de varios desmayos al niño.

    El baño era un lujo en una ciudad en la que los excrementos humanos compartían espacio con los buzones en algunos portales. No invento nada, la guerra y todos sus derivados son un foco de infección permanente, no existen las guerras limpias, así como no existen las guerras justas.

    Fueron pasando los días y la subsistencia cogió carrerilla, una amiga llevaba un trozo de carne a clase y lo compartía, otra traía comida afanada en la escuela infantil en la que trabajaba su madre, en fin, esas cosas que hacen que pensemos que la humanidad es buena mientras la humanidad se dedica a matarse, destruirse, desmembrarse y aliarse con cualquier satanás viviente para hacer el mal de manera invariable.

    Mientras algunas niñas pasaban tanta hambre que recogían pedazos de vidrio en la calle y los lamía para sacarles lo que fuese que llevaran impregnado, los líderes del partido comunista tenían pasteles de postre. alguna vez Galina acompañó a su madre a limpiar en el comité del distrito y un día su cabeza casi se desvanece al ver puesta la mesa y las viandas preparadas. Aquella mesa se quedó para siempre grabada en su memoria.

    Al volver casa, desfallecidas, se tomaron su triste tortita de quinoa. De esas cosas que pasan y nadie recuerda.

    Y con el hambre llegó la sordera ¿A que esta no te la esperabas?, pues su madre estuvo sorda durante un tiempo, de puro hambre. En fin, que no voy a contar nada que no se parezca a otras muchas situaciones similares en la historia, por ejemplo, hoy mismo.

    De aquel sitio de Leningrado se ha hablado de casos de canibalismo, de gente que tropezaba en la calle por falta de fuerzas y una vez en el suelo ahí se quedaba hasta la congelación, esas cosas que deberían hacernos reflexionar, pero no lo hacen porque es más fácil sacarle partido a la compraventa de armamento que buscar fórmulas de sencilla convivencia (que las hay).

    Pero volvamos a Galina que me voy a mis temas recurrentes y acabo cansando. La fenómena Galina jugaba a lo que se jugaba entonces, saltar a la comba, lanzar palos lo más lejos posible, el escondite.

    Un día de 1942 su madre había salido a por pan, entonces sonó la sirena y acto seguido empezó un bombardeo. Su madre volvió corriendo, y aquella mañana Galina pudo ver cómo a veces todo puede ser y no ser por milésimas de segundo. Un fragmento de una bomba atravesó la escalera un instante después de que su madre corriese por ella, una columna de fuego atravesó su cocina de ventana a puerta, pasando a menos de un metro de su hermano. La casa se tambaleó, pero soportó el bombardeo (y aún sigue allí, en la avenida Karl Marx, sin coña, no invento nada).

    En 1944 recibieron la noticia de que su padre había muerto en el frente, en un pueblo cerca de Gomel, a mil kilómetros de su casa. En Bielorusia; sangre y muerte a destajo. Las ideologías cobrándose vidas a cambio de nada. Sólo miseria y muerte para muchas personas y riqueza y poder para otras (muchas menos).

    Los soldados alemanes capturados cuando finalizó el sitio de Leningrado fueron colgados en la plaza central. Colgados, ejecutados sin mayores juicios, asesinados. Galina les vio pasar de camino a su horroroso final. El silencio se apoderó de la ciudad, no hubo insultos, no hubo demostraciones de odio, hubo una infinita tristeza.

     Galina Zybina tenía 13 años.

    Dos años después, Galina llegó a su primera concentración con el equipo soviético de atletismo, y entonces lideró una revuelta a cuenta de la comida y de la falta de productos de higiene. Se hizo un nombre entre atletas mayores que ella, un nombre respetado y admirado. Eso era mucho más que una medalla.

    Seis años pasaron, horas y horas de entrenamiento y dureza, y Galina llegó a los juegos olímpicos de Helsinki.

    Su peripecia deportiva está escrita en muchos lugares, y a ellos te remito si te interesa saber qué pasó con Galina en aquellos juegos y en los siguientes de Melbourne, y en los de Roma y  Tokio…

Pódium Helsinki: Klavdiya Tochonova, Galina Zybina, Marianne Werner en 1952.  De Olympia-kuva Oy - helsinkikuvia.fi.
Pódium Helsinki: Klavdiya Tochonova, Galina Zybina, Marianne Werner en 1952. 
De Olympia-kuva Oy - helsinkikuvia.fi.

    Por mi parte, me quedo con lo que pasó antes de entrar en el equipo soviético, me parece que define mucho mejor el oro de Helsinki que cualquier otra disquisición sobre los métodos de entrenamiento y complementación alimenticia y demás cosas de aquellos años cincuenta y sesenta en el atletismo mundial.

    Hoy Galina está por los 93 años, cuando vea los lanzamientos de peso y jabalina en París 2024, qué calambres recorrerán su médula espinal?


(Esta entrada está basada en fuentes directas en un 90% de su contenido.)

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