La Federación Española de Baloncesto ha decidido que Ramón Trecet y Andrés Montes ingresen como primeros genios de la narración en el Hall of Fame del Baloncesto español.
Ya era hora de tener un Hall of Fame. Y desde luego, una vez que existe, resultaba completamente imposible imaginarlo sin estos dos colosos de la narración y el periodismo.
En la tele en blanco y negro, (antes de ayer), los narradores
deportivos eran también menos policromados de los que dieron su voz al color de las
telefunken.
José Félix Pons, Nacho Rodríguez Márquez, y el inolvidable
Héctor Quiroga, que pasó a ser mito en Los Ángeles 84 junto a aquella selección española de leyendas de los ochenta.
Héctor Quiroga |
Félix Pons era la sobriedad hecha locutor, la disciplina
estética y la estricta narración de los acontecimientos, Nacho Rodríguez Márquez, con
quien tuve la fortuna de compartir micrófonos en sus últimas intervenciones en
tve, era una caja de sorpresas, un cerebro repleto de datos y anécdotas, tan
repleto como sus múltiples cuadernos con miles de anotaciones sobre técnica,
táctica, historia, y su voz ligeramente ronca, que conseguía situarse muchas
veces sin pretenderlo, en el primer plano sonoro, muy por delante de los gritos
de las aficiones. Dos narradores del blanco y negro, de la era en la que nuestro baloncesto preparaba la conquista de Europa.
Héctor Quiroga fue el primer narrador omnisciente, parecía que el partido iba creciendo a medida que él lo iba narrando, y no al revés. Fue un genio de la metáfora deportiva, un conocedor profundo del baloncesto, un maestro entre maestros, un pionero de la riqueza de matices vocal. Héctor Quiroga abrió un nuevo camino al comentario deportivo televisado, que vivía en un encorsetamiento de estructuras narrativas demasiado estrictas.
Héctor Quiroga fue el primer narrador omnisciente, parecía que el partido iba creciendo a medida que él lo iba narrando, y no al revés. Fue un genio de la metáfora deportiva, un conocedor profundo del baloncesto, un maestro entre maestros, un pionero de la riqueza de matices vocal. Héctor Quiroga abrió un nuevo camino al comentario deportivo televisado, que vivía en un encorsetamiento de estructuras narrativas demasiado estrictas.
Y entonces se afianzó Barthe, Pedro, otra voz particular, casi nasal,
con un acento muy marcado, inconfundible, y una pasión que se le salía por la garganta, tocaba
conquistar el mundo y hacían falta otras maneras de contar. A su lado
desfilaban los mejores técnicos del momento y él les daba bola para que sus
conocimientos empapasen de cultura deportiva a la audiencia. Pedro Barthe fue la
voz de un baloncesto que empezaba a modernizarse, que empezaba a quitarse los
complejos que la inmensidad del océano atlántico nos hacía tener. En paralelo,
Nacho Calvo, otro fenómeno de la narración, mantenía en antena la corrección
estilística, la pausa, el necesario sosiego. Era otro estilo, pero igualmente eficaz,
igualmente perfecto.
Trecet y Gómez "cerca de las estrellas" |
Y de pronto, ¡catapúm! como caído del consejo de los Jedi de
la República Galáctica, apareció un tipo épico, junto al sabio, ponderado y equitativo
Esteban Gómez, llegó Ramón, con su nave espacial y sus locuras trasatlánticas. Un personaje sin
complejos, con otro ritmo, con otro rollo. Ramón Trecet ya no era un narrador
de partidos, Trecet era parte del partido. Trecet nos hacía parte del partido.
Nos contaba la biblia en verso, nos traía la cultura NBA, nos acercaba a los
inalcanzables traduciendo sus motes, creándoles nuevos, llamándoles “chupón”, festejando los mates como si fuesen un gol, cantando los triples como si nada
en el mundo fuese más importante, contándonos las historias humanas de los jugadores, sus gustos, sus maneras de cortarse el pelo, yo que sé, una delicia.
Sentados en el plató, recibiendo las imágenes desde el
planeta Kripton. Ramón nos hizo amar aquel baloncesto, comprender aquellas
figuras, imaginarnos sentados junto a Pat Riley en el Madison y deseando jugar una pachanga
contra los Pistons del microondas y Pocket Magic.
Ramón Trecet nos trajo la magia, nos quitó los complejos, los partidismos ciegos.
Fue el narrador de la conquista del Oeste, fue quien nos subió al Enterprice para
una inesperada exploración espacial junto a la Federación Unida
de Planetas. Era nuestro capitán Spock.
Nuestra deuda es eterna.
Nuestra deuda es eterna.
Y tras su estela, colándose en las noches de las teles
privadas, Daimiel y Montes, vaya pareja.
De Andoni Daimiel habrá que hacer un día un monográfico, pero aún
es más joven que yo, (aunque no lo parezca), y eso le exonera de ser loado en este cuento.
Andrés Montes elevó a la categoría de arte la narración
deportiva y la puso al nivel de la cultura. Su estilo, su ritmo, sus pausas, su
locura aparente, que de locura no tenía nada y sí mucho de apasionamiento por
la vida. Montes nos alegraba la vida, nos encerraba en un paréntesis que se
llamaba baloncesto, pero se podía haber llamado Andrés, nos alejaba del miedo,
nos hacía sentir que, como tantas y tantas veces le oímos decir, la
vida puede ser maravillosa.
MOntes y Daimiel, tremenda pareja. |
Montes fue el narrador de la conquista del Mundo.
La Federación Española de Baloncesto ha decidido que Ramón
Trecet y Andrés Montes ingresen como primeros genios del periodismo deportivo
en el Hall of Fame del baloncesto español. Ya era hora de tener un Hall of
Fame. Y desde luego, una vez que existe, resultaba completamente imposible
imaginarlo sin estos dos colosos de la narración y el periodismo.
Gente capaz de poner al servicio del deporte sus inmensurables conocimientos de la cultura popular de este siglo y el pasado, su infinita curiosidad por la historia y por el futuro y su prodigioso don de la palabra.
Gracias RFEB por este reconocimiento a una manera de
entender la narración deportiva, ojalá que sirva para que se estudie con más
profundidad y lleguen pronto más genios y genias que la pongan en práctica.
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