Manilo Sgalambro, el italiano loco del pelo banco, procuró darme consejos -a mí y a mi generación- pero, tal y como él pedía, no le hice demasiado caso.
Aunque creo que acepté un par de sus consejos, porque gocé del poder de la juventud sin pensar, y a veces pensando, que lo mismo da.Pensaba que, si me
quedaba pensando, la juventud desaparecería inmediatamente, y aún así pensé, y efectivamente
desapareció.
Hoy vuelvo a ser joven, como casi siempre, y a veces lo pienso, y pienso sin perder la juventud, o la parte que me queda de juventud, que es mucha.
Belleza y juventud.
Me dijeron que las entendería cuando madurase, me dijeron que los sabios decían eso. Y también que hoy miraría mis fotos de hace 30 años como si fueran estampas de santos, que las adoraría de rodillas, pero no. Ahora miro al que hace 30 años me miraba con 20 y estoy sereno, no triste, algo emocionado, pero sereno ¡cómo pasa el tiempo!¡el implacable, el que pasó!
¡Cuántas posibilidades
tenía, y qué aspecto tan bueno!, chocolatina incluida. Ya entonces acepté el
consejo: “la panza no excluye el erotismo” Mira Sócrates: Panzón y gran amante.
Por eso no me importó comer, ni las largas temporadas sin gimnasio. Aún hoy me
gustan más mis piernas que mis brazos, pero no excluyo mi abdomen de mis orgullos.
Sólo uno me aconsejó
que no me preocupase del futuro, aún así, no me preocupé, y luego también me
preocupé, pero cuando tuve miedo: canté.
El canto es la
existencia.
El atardecer en el Lago de Peñascales |
No he sido cruel, y si
lo he sido, sólo un poquito. Cada vez menos.
Siempre me he lavado
bien los dientes, he limpiado y cuidado mi cuerpo, como si fuese mío.
No he perdido el
tiempo con la envidia, aunque supe que los griegos la apreciaban y la atribuían
a los dioses.
No miré a las chicas
que tenía a mi lado con terror, aunque tal vez pudieran llegar a ser mis
esposas. Este consejo no lo seguí, de hecho, el amor no es el anverso del
terror y aquí estoy, enamorado del amor, desde hace ya tanto tiempo.
Y enamorado de la chica a la que no miré con terror, sino como el que mira el cielo con
ganas de volar.
Recuerdo todos los
elogios que he recibido, no es difícil, tampoco han sido tantos. He olvidado
los insultos, todos menos uno, el que más me ha gustado.
Nunca me he sentido
culpable cuando no he sabido qué hacer con mi vida, ni siquiera ahora, que
tampoco lo sé.
He gozado de mi cuerpo,
lo he usado de las maneras que he querido, incluso para eso, para bailar. A veces me han grabado bailando, pero nadie ha dicho nada.
Leí “Así hablaba
Zaratustra” y primero le tapé la boca. No seguí sus consejos. He leído todo
tipo de instrucciones, he seguido muy pocas.
He tratado de conocer
bien a mi padre y a mi madre. Y creo que lo hago, y les quiero.
He sido cauto al aceptar consejos y paciente con quien me los ha querido dar, y puedo decir que, en efecto, nunca acepté un consejo. Ni siquiera los consejos que nadie me dio.
Hoy tengo 53 años. Muchos no han podido decir esto, algunos, algunas, que son mis amigos y mis amigas no han llegado a tanto. Hoy les quiero como entonces, cuando éramos jóvenes con todo el futuro por delante, un futuro que nadie nos ponía delante y que hoy sólo yo sé que existe, y de vez en cuando, se lo digo, en nuestros silencios elocuentes. De los vacíos que deja el pasado, el más grande es la muerte, he tratado de llenarla matando al olvido, que representa otra forma de morir. Pero a veces se me olvida.
Desde mi azotea (up on the roof), miro a mi abuelo Luis, a mi abuela Anuncia, a mi primo Jose, a mi tío Tomás, a mi tío Paco, a mi tía Patro, a mi tío Luis, a Quincho, a mis amigos Javi, Lombi, a mi amiga Mari Sol … a ese grupo que sigue sumando números en el amplio mar de la muerte, y una bocanada de viento de eternidad me sorprende hoy, hoy que sigo sin pensar, o sigo pensando. Hoy que a lo mejor sigo sin entender nada, o tal vez lo entiendo todo.
Soy vuestro afecto.
Nada más.
Y una última cosa.
Nadie me aconsejó sobre algo que hice. Hablando en plural, no mayestático, ahora somos cuatro. Y la piel y el cuerpo y el Alma y el cerebro se me han multiplicado. ¿Cómo no querer esas miradas, esas sonrisas, esas voces, esos abrazos, esas ingentes inteligencias que me absorben los días y los años? Nadie me aconsejó querer al máximo a quien lo merece, pero lo hago.
Tengo 53 años, he aprendido a no dar consejos. Y si alguna vez te diera alguno, acepta éste último consejo: no lo sigas.
Y de los consejos que te den los demás. pues qué quieres que te diga: yo no los seguiría.
Añorado Manilo Sgalambro - foto de Santo Nicolosi |
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