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Algunas cosas que sé de Nadia y quería contar




En el inicio de los años ochenta, Nicolae Ceaușescu quería acabar con la deuda externa rumana, eso, al menos, pregonaba. Con esa justificación se sacó de la manga lo que llamó "la racionalización", en realidad era una drástica reducción de lo más necesario: la carne, la leche, los huevos, incluso el agua corriente y la luz eléctrica empezaron a escasear. 

 En 1987, en la histórica Braşov, una ciudad al sureste de Transilvania, la gente comenzó a manifestarse en contra de la situación generada por las políticas dictadas por el dictador comunista, pero el aparato represor que manejaba Ceaușescu era fuerte y aún aguantó un par de años de envites; su final, el del dictador, en el año que he escogido para empezar esta historia, era poco previsible, por eso la huida del país se convertía en ocasiones en el único camino posible. 

Nadie podía imaginar que sucedería lo que sucedió hasta que sucedió lo que sucedió a finales de diciembre de 1989. De haberse podido adivinar nunca hubiese pasado lo que pasó apenas un mes antes, el 27 de noviembre de 1989.

 

La noche del 27 de noviembre de 1989 fue fría de carámbanos allí, las navidades se acercaban y en Rumanía se estaba gestando una revolución o quizá un endurecimiento aún mayor del régimen, o no se sabía bien qué.


La noche rumana no se diferencia demasiado de la húngara, sobre todo si miras al cielo. Pero la tierra es diferente, las rallas de los mapas, a veces, se convierten en muros, a veces, como en este caso, en alambradas hostiles y aparentemente infranqueables.

Un Audi se dirigía desde Bucarest hacia la frontera con Hungría, sus siete ocupantes soportaban con estoicismo las apreturas, conscientes de que, si todo salía bien, en unas horas sentirían como nunca habían sentido antes la libertad. Eso creían, eso buscaban.

El clima de prisión se había acentuado en los estertores de la Rumanía de Ceaușescu, y era insoportable la presión que ejercía sobre su entorno. 

Pocos minutos antes de llegar a la frontera, el Audi se detuvo en mitad de ninguna parte, Nadia Kemenes, junto con sus cinco acompañantes, descendió del vehículo con el pensamiento puesto sólo en lo que a partir de ese momento iba a suceder.

El plan consistía en caminar un tiempo hasta llegar sin ser vista al punto exacto en el que la alambrada que separaba físicamente a Rumanía de Hungría había sido abierta, atravesar la cortina rasgada, -permítaseme ese símil hitchcockiano-, y continuar a oscuras campo a través por territorio húngaro hasta volver a encontrar a la única persona que se quedó en el coche, que atravesaría la frontera sin problemas gracias a su pasaporte extranjero. Una vez contactado de nuevo, el Audi la llevaría hasta Austria, y allí, tal vez, a la libertad.

 

Se sentían ilegales en la noche oscura. Pasaron seis horas avanzando entre los helados charcos y el pánico. Cuando al fin encontraron el hueco en la alambrada y la atravesaron, decidieron tomar la senda que creían correcta, pero Nadia tenía dudas.

La oscuridad y los distintos ritmos que eran capaces de aguantar le jugaron una mala pasada, y se quedó sola en la noche extranjera. Según luego contó, una pareja de policías la vio de lejos caminar cansada y algo desorientada. Se acercaron. El corazón de Nadia latía de tal modo que por un momento pensó que explotaría.

Los policías fronterizos estaban acostumbrados a las fugas desde Rumanía. Personas que, a cuentagotas, escapaban de la opresión.

Le pidieron sus papeles. Nadia Kemenes; ese era el apellido de origen húngaro que llevaba en sus documentos. No les decía nada. Comprendieron que la razón que Nadia inventó para explicar su situación podría ser verdad. Quizá ella estaba paseando con sus amigos y se perdió, ¿por qué no? Y si no era así, qué más daba. Le indicaron el camino que buscaba y la dejaron perderse de nuevo en la noche 

 

En el lugar señalado estaba el Audi, al volante, Constantin Panait, el hombre que la había convencido para embarcarse en aquella peligrosa aventura. Juntos llegaron a Austria y allí se presentaron en la embajada de EEUU donde Nadia recuperó su apellido mundialmente famoso, y donde pidió asilo político.

Poco tiempo después, la extraña pareja, llegó a Norteamérica. Nadia llevaba una inmensa carga a cuestas, el pasado se agolpaba sobre su espalda y le dejaba un futuro abierto, pero incierto…

 

¿Pero qué hizo a una mujer como Nadia Comaneci querer alejarse de su país? Ella había sido la “heroína del Trabajo Socialista” más joven, lo que en aquel momento y lugar era el no va más. Ella había entrado a formar parte del entorno del hijo del hombre más poderoso de Rumanía. Ella, aparentemente, no tenía de qué quejarse. ¿Entonces? Entonces lo vemos en un momentito, porque ahora tenemos que centrarnos en lo que pasó nada más llegar a Nueva York.


Días de extorsión y chantaje


Se ve que Constantin Panait no pasará a la historia de la humanidad por ser una buena persona. 

Lo que entre Panait y Comaneci hubo, ni lo sabemos con certeza ni creo que lo vayamos a saber, tampoco hace falta ya. Sin embargo, para conocer la peripecia de Nadia es importante tener en cuenta que este tipo era un embaucador. Aprovechó su cargo político en los EEUU para convencer a Nadia de que huyese con él. Y a cambio de su ayuda, ella tenía que hacer determinadas cosas, entre ellas, fingir ser su amante, y del tirón, pagarle cinco mil dólares.

Eso fue sólo el principio. 

Los años posteriores a la llegada a EEUU fueron demenciales. Panait se convirtió en una calamidad para la vida de Nadia. Amenazas, extorsiones, mentiras.

La opinión pública, tan voluble como intolerante, se quedó con la imagen de una Comaneci de veintiocho años que había huido de su país con su amante, un hombre de treinta y seis años, casado y con cuatro criaturas a su cargo.

La mítica Nadia Comaneci fue durante un tiempo, a los ojos de la gente desinformada, una mala mujer y además, por añadidura, una antiamericana, una… en fin, esas cosas tan del gusto de por allí. Incluso la acusaban de alcohólica, a lo que ella contestaba que en Rumanía no había de nada, ni siquiera algo con lo que emborracharse.

En ese plan tan poco edificante se le pusieron las cosas en sus primeros meses en el país de las oportunidades.

 

Lo más paradójico de todo este asunto es que, en Rumanía, sólo un mes después de la noche de su huida, reventó la Revolución en Timisoara, y el día de navidad, mientras ella sufría esa suerte de cautiverio del que estamos hablando, Nicolae Ceauşescu y su mujer y consejera, Elena, eran ejecutados y mostrados al mundo con el impudor más salvaje y vengativo que ha conocido aquel país.

 

Por suerte, la intromisión del periodismo serio hizo su efecto, y las noticias llegaron a los oídos de la persona que más había influido hasta el momento en la vida de Nadia, su entrenador de tiempos de gloria, Bela Karolyi.

Y se produjo otra de esas situaciones que suelen llamarse de película.

Bela pidió ayuda a otro viejo camarada, también, como él, alejado de Rumanía, el ex seleccionador de rugby, Alexandre Stefu.

Stefu, con una decisión digna del mejor pilier, se presentó en la casa-prisión de Nadia y la ayudó a salir de allí utilizando unos métodos de persuasión -basados fundamentalmente en su fuerza bruta-, bastante eficaces.

Hasta ese preciso momento, Comaneci ya había tenido que dar ciento cincuenta mil dólares al abyecto de Constantin Panait, que era un extorsionador y un chantajista de tomo y lomo.


La mejor gimnasta de toda la historia tenía el día de su segunda liberación mil dólares en su cuenta, un coche Mercedes Benz y para de contar.

 

¿Y sabes dónde vivía Alexandre Stefu con su familia? Casualidad o no, en Montreal. ¿Es relevante? Lo es.


La novia de Montreal tenía ante sí un futuro en blanco para seguir escribiendo su historia personal en la ciudad en la que entró en la Historia de la humanidad.

 


Vamos a la construcción del mito, y después salgamos de dudas y veamos por qué llegó a aquella situación tan extrema cuando, desde fuera, todo parecía ir bien.

 

En el año 1961, en un pueblo rumano que se llamaba Oneşti, y que ahora también se llama así, pero entre 1965 y 1989 se llamó Gheorghe Gheorghiu-Dei, en honor al tercer presidente de la República Popular de Rumanía que tenía ese nombre y murió ese año, lo que nos llevaría a hablar largo y tendido sobre la importancia de los nombres de los sitios y las memorias históricas y todo eso.

Pero hoy no es este nuestro tema a tratar, porque acabamos de llegar al 12 de noviembre de 1961 en Onesti, y resulta que a Georghe Comaneci y Stefania-Alexandrina Kemenes les acaba de nacer una gimnasta, si bien aún no lo saben.

Poco tuvieron que esperar para darse cuenta de por dónde iban a ir los tiros, verás:

 

Un buen día, -al menos para Nadia-, estaba con una amiga en el recreo de su cole y jugaba a imitar a las gimnastas. Bela Karolyi, al que ya conocemos de dentro de unos años, estaba allí, porque buscaba deportistas para su pequeño gimnasito local, y vio algo diferente en aquellas niñas de seis años. Se acercó y les preguntó que si les gustaba la gimnasia, que si les gustaría hacerla en serio, y ellas, sin contestarle, se rieron y salieron corriendo a clase porque se acababa el recreo.

Bela no se quedó contento con haber mantenido una pequeña charla, y las buscó clase por clase. Él preguntaba, ¿hay alguien aquí a quien le guste la gimnasia?, y de pronto dos niñas levantaron la mano como si fuesen a cantar bingo.

Y empezó el camino.

 

Ungurreanu, Karolyi y Comaneci

Bela Karolyi ha aparentado siempre ser exactamente lo que alguien ajeno al mundillo de la gimnasia espera que sea un entrenador de gimnasia. Un tipo serio y exigente. Pero es muchas cosas más.

Su éxito como entrenador no se puede decir que se haya basado sólo en la exigencia y la máxima disciplina (entendida como algo castrense), también lo ha hecho basándose en el conocimiento profundo del deporte y en el estudio constante. Se le puede considerar el guía que llevaba, en los setenta, la antorcha de la gimnasia artística femenina contemporánea.

Es, por otra parte, un personaje muy controvertido, por muchas razones. Las últimas razones, que se desprenden del caso Nassar, le alejan hasta el extremo de cualquier otra valoración que pudiese hacerse sobre él, al menos a mí me pasa eso. Y desde que se destapó ese despropósito horrible de abusos sexuales a gimnastas bajo lo que se presuponía que era su paraguas protector, le tengo entre las personas que más rechazo me genera, un amargo y firme rechazo.

 En cualquier caso, sus métodos de entrenamiento gimnásticos están ahí, para ser estudiados y puestos en práctica por quien quiera y esté conforme con ellos, o para sacar de ellos lo que puede servir a cada quien en función de su momento y creencias.

 

Bela Karolyi es del 42, nació en Kolozsvár, que era Hungría, pero a los dos años pasó a ser rumano porque su pueblo también, ese pueblo dejó de llamarse Kolozsvár en el 44 y desde entonces es Cluj-Napoca. Bela, sin embargo, siguió llamándose Bela.

Junto a su figura, y proyectando una sombra casi tan larga como la suya, está su mujer Martha. Juntos llevaron a Rumanía a lo más alto del mundo de la gimnasia, y juntos se enfrentaron a los estamentos deportivos de su país, y, en consecuencia, acabaron largándose de allí.  Durante una gira con el equipo, en 1981 junto con el coreógrafo del equipo rumano de Nadia, Géza Pozsár, desertaron y pidieron asilo político en los Estados Unidos.

Como los norteamericanos son unos linces en eso de hacer fichajes internacionales, les abrieron las puertas, y les establecieron en Oklahoma. Montaron allí un rancho a las afueras de cualquier lugar del planeta para que se dedicasen a crear campeonas de gimnasia. Y en 1984 ya tenían a Mary Loy Retton ganando en Los Ángeles.

 

Años después los Karolyi sorprendieron al mundo al llevar al equipo femenino estadounidense a lo más alto del podio de Atlanta96, unos Juegos sin boicots significativos. Karolyi, además, con un sentido innato del espectáculo, convirtió aquella victoria en un acontecimiento universal. Cuando Kerri Strug hizo su último salto con el tobillo destrozado y dio la victoria a los EEUU. A la hora de la celebración, Karolyi se fue a por ella, y consciente de estar siendo capturado por el objetivo de cuantas cámaras transmitían aquello, cogió en brazos a su gimnasta y la mostró como un símbolo de perseverancia y tesón. Como un símbolo Karoliy.


Kerry Strugs y Bela Karolyi, el show de Atlanta 96

 La lista de gimnastas que han unido su talento a la sabiduría y a los métodos de los Karoliy es muy larga: campeonatos olímpicos, campeonatos del mundo... Para qué queremos más. Algunos nombres no dejan dudas de quienes son los orfebres de la gimnasia artística femenina. Mary Loy Retton, Betty Okino, Kerri Strug, Teodora Ungurreanu, Zmeskal Kim, Kristie Phillips, Dominique Moceano… Y Nadia Comaneci, que es quien nos ha traído hasta aquí.

 

De Nadia estábamos hablando antes de que me fuese por la tangente.

 

Nadia entró en la escuela experimental de gimnasia de Bela y Martha Karolyi. Una carrera de velocidad, un salto de longitud y un paseo como si tal cosa por la barra de equilibrios le sirvieron a Karoliy para confirmar que con aquella niña podría abrir la lata. Y enseguida demostró que no sólo sabía hacer volteretas de “patio de colegio”, sino que tenía seriedad y perseverancia, dos de las cualidades intangibles necesarias para la gimnasia.

Poco a poco fue aumentando las horas de entrenamiento, hasta llegar a las tres diarias. Estaba preparada para ser una gran gimnasta, para hacer cosas que sólo unas pocas personas en el mundo son capaces de hacer. Tenía nueve años.

Entonces empezó a competir.

Y de primeras, ganó el campeonato juvenil de Rumanía, era una niña prodigio, pero los Karoliy no le dejaron ni creérselo, ni pavonearse.

Con diez años se estrenó en competiciones internacionales en una reunión entre Rumanía y Yugoslavia. Ganó el oro en el concurso completo. Siguió dominando en reuniones con países del entorno. Con once años ganó el concurso completo del Torneo de la Amistad de Druzhba, algo muy importante para una gimnasta junior.

 

En 1974 comenzó a coleccionar muñecas, como dato anecdótico de esos que luego resultan interesantes. Sus compañeras de equipo eran sus mejores proveedoras. Durante todos sus viajes y competiciones logró reunir más de doscientas muñecas, una de esas manías que no se sabe de dónde vienen y que luego la peña de la psicología te explica cuando pasa el tiempo y te das cuenta de la cantidad de traumas y rarezas que tienes a cuenta de cosas que te parecían normales.

 

Y dos años después, con trece años, consiguió lo que en este momento ninguna niña de Europa puede lograr: tres medallas de oro y una de plata en el Campeonato de Europa de Gimnasia Absoluto, en la ciudad de Skien, en Noruega.

Ya era sénior, y a nadie pareció importarle. Hoy las gimnastas de trece años aún tienen que esperar tres más para poder competir como sénior, incluso las chinas. Pero Nadia ya estaba en lo más alto. Un año después, hizo otra cosa aún más llamativa: superó en cuatro aparatos a la pentacampeona de Europa, al icono de la gimnasia soviética Lyudmila Turishcheva.

 

Eso sí que eran palabras mayores. Si has metido ligeramente la nariz en el mundo de la gimnasia femenina sabrás a lo que me refiero.

 

Lyudmila Turischeva, piedra angular


Lyudmila Turishcheva, en aquellos años era la prueba viviente de que la gran máquina roja era capaz de producir seres programados para ganar. Tenía una reputación de ser muy distante, era casi imposible verla sonreír. No imposible, pero casi.

Hoy Lyudmila es una mujer ucraniana, ya ves, a la que todo aquello le resulta lejano, no tanto en el tiempo como en el sentimiento. Recuerda que su entrenador, el famoso Vladislav Rastorotski, le puso esa máscara; la entrenó en la desaparición del entorno, la enseñó a centrarse sólo en sí misma.

La prensa occidental aprovechaba aquella imagen en plena Guerra Fría para hacer ver al mundo lo horrible que era ser soviética. Sí, es muy buena, pero está triste. Algo así es lo que quedaba en la mente de los que nunca llegarían ni por asomo a hacer lo que ella hacía, pero eran felices.

En realidad, Lyudmila nunca fue tan seria como la retrataban los medios. Aunque la gimnasia es la gimnasia. Y, por otro lado, es verdad que en la época soviética los deportistas sentían la obligación de competir no sólo por su propio bien. Tenían un enorme sentido del deber, y estaban educados en la creencia de que competían para su país.

Aguantó en la élite tres ciclos olímpicos y llegó a competir en tres Juegos Olímpicos (México, Múnich y Montreal), algo que han conseguido poquísimas gimnastas en la historia, y consiguió un total de treinta y nueve medallas en competiciones importantes (Juegos olímpicos, Europeos y Mundiales)

En aquellos años, ella era la imagen de hierro de la Unión Soviética, y su compañera de equipo, Olga Korbut era la que aportaba un cierto atractivo popular a la gimnasia soviética. Era una maravilla en la ejecución y en la calidad artística. Además de conseguir dificultades impensables pocos años antes.

 

Todo esto lo cuento para que te hagas una idea de a quién destronó Nadia Comaneci, que es de quien seguimos hablando mientras hablamos de otras cosas.

 

Y sin lesiones excesivas ni bajones llamativos, Nadia se presentó en el calendario el 1976.


1976: el año de Nadia Comaneci


La primera vez que pisó los Estados Unidos fue en Marzo del 76, para ganar el primer torneo de “La Copa América”, en el Madison Squar Garden de Nueva York. Allí sentó algunas bases previas a los juegos, por ejemplo, en la salida de barra de equilibrios hizo un doble mortal atrás. Era la primera mujer que demostró en competición esa capacidad. La Asociación Internacional de la Prensa la eligió deportista del año. Y aún no había cambiado la historia.


En los campeonatos gordos de gimnasia, primero se compite por equipos y luego individualmente. Por eso en los Juegos Olímpicos de Montreal 76 lo hicieron así.


En la competición por equipos, en la rotación de barras asimétricas, Nadia consiguió algo que ninguna gimnasta actual puede soñar. Y no me refiero a competir en unos Juegos Olímpicos con catorce años, que no soy tan pesado. Me refiero a conseguir un resultado que diga que lo ha hecho simplemente perfecto. ¿Por qué? Pues porque la Federación Internacional de Gimnasia se ha cargado el 10 como nota máxima. Se ha cargado cualquier nota máxima. ¿Alguien lo entiende? Seguramente haya mucha gente que lo entienda, a mí, me cuesta.


Nadia y el 1.00

Era la primera vez en la historia de la gimnasia artística en la que alguien consiguiese un 10 en unos Juegos olímpicos. Ni siquiera los marcadores estaban preparados para poner dos dígitos antes del punto. Así que la gente pudo ver un 1.00.

El 10 se había consumado. El techo se había construido. El ejercicio perfecto era posible. Lo había realizado una niña de 1,50 de estatura y 40 kilos

El resto de la competición se desarrolló entre subidones. Nadia Comaneci consiguió seis dieces más, se llevó el concurso completo y un par de oros individuales, y ayudó a que Rumanía fuese segunda por equipos. Sólo la inalcanzable, intratable e inescrutable selección soviética pudo con ellas.

Además, con sus catorce años fue la gimnasta más joven en ser campeona olímpica, y mientras las cosas estén como están, seguirá siéndolo, porque la ley es la ley, incluso para las chinas.

 

Y se hizo muy, pero que muy famosa. Una muestra absurda, pero indicativa es que en España, un país que estaba saliendo de la antípoda ideológica de Rumanía, corría un juego de palabras poco gracioso, pero en fin. ¿Sabes quién es el novio de Nadia Comaneci? No. Nadie Loconoce. Ya he advertido que no era gracioso, pero lo que quiero demostrar es que Nadia se hizo mundialmente conocida. ¿Más cosas?


Por ejemplo, a Roger Riger, un periodista de la cadena Norteamericana de televisión ABC se le ocurrió hacer un montaje a cámara lenta con los ejercicios de Nadia, y usó la música de una serie famosa en aquel momento para apoyo. Pues la canción se hizo famosísima, llegó al top ten en pocos meses, y el bueno de Barry DeVorzon, un compositor de música para tele poco o nada conocido, hábilmente rebautizó a la canción como “Nadia´sTheme” y ganó un Grammy, cosa que sin Nadia habría sido del todo imposible.


Pero no todo era de colores en la vida de Nadia. Ya se sabe que la fama trae consigo algunas cosas nada buenas, y si te pilla por delante, te espachurra.

Todo el mundo parecía pensar que Comaneci tendría catorce años para siempre, que sería siempre la niña prodigiosa delgadita y menuda, pero las cosas no son así.

En el Europeo del 77, con la inercia de los Juegos de Montreal, Nadia volvió a ganar el Concurso Completo, pero allí sucedió algo inimaginable en nuestros días. Ante algunas decisiones conflictivas de los jueces que no beneficiaban en nada al equipo rumano, el metomentodo dictador Nicolae Ceauşescu ordenó a las gimnastas rumanas abandonar la competición en señal de protesta. ¿Imaginas? Esto da una idea de cómo la gimnasia artística se había convertido en una Razón de Estado para Rumanía. Así que las jóvenes deportistas no tuvieron otra opción y dijeron adiós al campeonato. Increíble, pero cierto.

 

A partir de esta competición del 77 a Nadia se le torció la vida. Lo primero que decidió la Federación Rumana fue apartarla de los Karolyi y mandarla a Bucarest. Su padre y su madre sufrieron una crisis monumental y acabaron divorciándose, y ella empezó a no ser feliz, y dejó de sonreír.

Su forma física se resintió y detrás, su gimnasia.

En este orden de cosas llegó al Mundial del 78, que se celebró en Francia, en Estrasburgo. En las asimétricas falló en una suelta y se cayó. Quedó cuarta en el Concurso Completo, y ganó el oro en la barra de equilibrios. La campeona del mundo fue Elena Mukhina, una gimnasta que apuntaba muy alto, pero...

Elena Mukhina

El cuarto puesto era un resultado que para cualquier gimnasta del mundo sería una pasada, pero Nadia era Nadia, y la empezaron a dar por perdida para la causa. Tenía dieciséis años. Su cuerpo estaba evolucionando, y su entorno era excesivamente presionante.

Así que, después de gestiones y malos rollos, decidieron que no estaba de más que volviese con Bela Karolyi a Deva, y la decisión se notó casi en el acto. 

Para el Europeo de Copenhague llegó una motivadísima y finísima Nadia, y sin dar opciones ganó el tercer Concurso Completo europeo consecutivo. Era la primera persona que lograba semejante proeza. 


Antes de llegar a sus segundos Juegos Olímpicos, aún tuvo tiempo de explicar al mundo en qué consiste esto de ser gimnasta de élite. Fue en el Campeonato de Mundo de 1979, en Forth Worth, que está en el estado de Texas, en EE.UU.

Seguramente en ese campeonato los de Texas ya le tiraron los tejos a los Karolyi porque dos años después se escapó para allá. Pero antes de hacerlo dejó a Rumanía en lo más alto de la gimnasia femenina mundial.

Lo nunca visto, la URSS quedaba por debajo en el concurso por equipos, y con la heroicidad de Nadia incluida. ¿De qué pasta está hecha una chica de diecisiete años que después de infectarse una mano al abrírsela con una hebilla oxidada durante la competición y después de ir al hospital y escuchar al médico especialista decir que no estaba para competir más, se levanta de la camilla y dice que la lleven de nuevo al pabellón que le queda una cosa por hacer? Esta pregunta tan larga sólo puede ser respondida por alguien que conozca de verdad en qué consiste la gimnasia artística.

Nadia fue llevada hasta la pista, llegó con tiempo para preparar su ejercicio de barra de equilibrio que sumaba puntos para el equipo. Y con la mano recién cosida e infectada, consiguió un 9,95. Rumanía era oro por equipos por primera vez en la historia.

Después de esto, Comaneci pasó varios días recuperándose en el Hospital de Todos los Santos y cuando se fue la infección, la operaron de un absceso que se había formado junto a la muñeca. Esto, lo queramos o no, nos guste más o menos, también forma parte de la historia de la gimnasia.

 

Entonces, en el programa Saturday Night Live, la famosa humorista Gilda Radner apareció en unos cuantos episodios con un personaje muy divertido que era Nadia Comaneci. Su fama mundial era indiscutible.

Gilda Radner en un Saturday Night Life

 

Pero la plana mayor de la URSS había decidido invadir Afganistán, y ese y otros alardes imperialistas desembocaron en un boicot de las potencias occidentales a los Juegos Olímpicos de Moscú. Esto fue un desastre deportivamente hablando para disciplinas como el atletismo o la natación, pero lo cierto es que en la gimnasia de aquel momento no se notaba tanto.

Las superpotencias de la gimnasia eran del Pacto de Varsovia. Aunque Ceauşescu promovía la disolución de ese pacto y criticó las “intervenciones” soviéticas en Checoslovaquia y Afganistán. Pero unos Juegos Olímpicos en Moscú eran un viejo sueño del comunismo europeo, y allí había que clavar la hoz y golpear con el martillo.

Nadia había pasado el resto del 79 con la mano infectada, y a Moscú llegaba con diecinueve primaveras. Evidentemente su pasado deportivo tenía peso, mucho peso.

El plantón rumano en el Mundial había hecho trizas a la cumbre federativa. Con eso no quiero decir que Nadia no compitiese a un nivel estratosférico, que lo hizo, sólo quiero decir que en el mundo de la gimnasia hay una especie Deus Ex Machina que aparece de tanto en cuanto, maneja los hilos y da y quita en función de intereses no demasiado claros que a veces se alejan de la justicia deportiva.

Pero, ¿cómo te atreves a proferir semejante acusación? Eso tendrás que demostrarlo. Bueno, vale, cuando quieras.

 

En los Juegos Olímpicos de 1980 en Moscú, la nada niña Nadia Comaneci llegó con una dolencia en la ciática bien guardadita en secreto, con ella incorporada, ganó medallas de oro en la barra de equilibrios, su aparato preferido, y en suelo -empatada con la soviética Nelli Kim, una gimnasta de corte diferente al suyo, tres años mayor que Nadia y que desarrolló su carrera siempre en paralelo a Nadia, pero un peldaño chiquitito más abajo-.


Nelli Kim
Además, Comaneci ganó con Rumanía la medalla de plata por equipos y también la plata en el Concurso Completo, empatada esta vez con la Alemana del Este Maxi Gnauck, las dos quedaron muy cerquita de la otra gran gimnasta soviética del momento, Yelena Davydova, una gimnasta espectacular, a la que ya Bela Karoliy en la BBC había nombrado como la gran rival de Comaneci. Tenía un salto impresionante, un salto que antes sólo había podido hacer Olga Korbut. Si lo hacía bien, sería el remate. Y lo bordó.

 

¿Y la campeona del Mundo del 78? Te preguntarás, porque a pesar de la cantidad de nombres y personas que aparecen por aquí, te ha llamado la atención su ausencia en esos Juegos.  ¿Dónde estaba Elena Mukhina?

Estaba escribiendo una de las páginas más tristes de la gimnasia, porque poco después del Mundial, tuvo un gravísimo accidente entrenando, una caída que la dejó muda durante medio año y paralizada de cintura para abajo para el resto de su vida.

La gimnasia soviética guardó un sigilo absoluto sobre el asunto.

En el 2006 nos enteramos de su muerte a los cuarenta y cinco años por alguna pequeña reseña en la prensa generalista.

Sabemos que para Elena Mukhina, la campeona olímpica Yelena Davydova se convirtió en la mejor amiga para siempre, ella misma lo contó. Y sabemos que la gimnasia, siempre, siempre, siempre hay que practicarla con todas las medidas de seguridad conocidas al servicio de las gimnastas.

 

Y con el segundo éxito olímpico en aquellos juegos del boicot ya se podía decir que Nadia Comaneci había cambiado la imagen de Rumanía en el mundo. Ya no era sólo el país de Drácula, los Cárpatos y las ideas de Ciodan, ahora era el país de la sonrisa más cautivadora del deporte, de la gimnasta más grande de todos los tiempos, eso también era Rumanía, y eso no podían permitirse perderlo.


Nadia en Moscú 80

Llegó el año 81, y sucedió algo que cambió el rumbo de la existencia de Nadia. La gira de exhibición de la gimnasia rumana. La gira que aprovecharon los Karolyi para desertar

Llevaron a Nadia por once ciudades de Estados Unidos, sabemos que ella ganó mil dólares por aquellas once exhibiciones, y que el omnipresente Nicolae Ceauşescu se embolsó ¡doscientos cincuenta mil dólares en concepto de representación! ¿A que mola el dato? 

 

Como se puede suponer, la huida de entrenador y entrenadora, con el coreógrafo Pozsár Géza incluido, dejó a Nadia en una situación de extrema indefensión.

A partir de entonces, Ceauşescu, temiendo que desertara la joya de Rumanía, con lo que eso supondría de mala prensa a nivel internacional, le sometió a una rigurosa vigilancia que incluía el conveniente control de sus cartas, el pinchazo de su teléfono, la prohibición de salir del país, y para colmo, algo de lo que no sabemos todo, pero podemos intuir mucho a partir de los silencios de Nadia, el control y uso de su vida íntima.

Sin pretenderlo, Nadia se había convertido en un tesoro nacional. Un tesoro que decidieron esconder al mundo.

Parece, además, que el hijo del dictador pensó que Nadia no estaba bien sola, y decidió ser su sombra. Algunos periódicos de seriedad contrastada llegan a llamarle el hijo bruto del dictador, y llegan a afirmar que la convirtió en el blanco de su rudimentaria forma de entender las relaciones físicas. Así de lamentable estaba siendo aquel momento para Nadia por el mero hecho de ser la mejor gimnasta de la historia.


Para 1984, después de arrastrar algunas lesiones importantes, Nadia decidió retirarse. Como era quien era, se preparó una ceremonia de retiro oficial, fue en Bucarest en 1984 y contó con la presencia del presidente del Comité Olímpico Internacional, que era Juan Antonio Samaranch.

La emoción con que Nadia vivió aquel momento va mucho más allá del simple hecho de abandonar la razón de su existencia. Rumanía era su cárcel, y por el momento, eso no iba a cambiar

El Comité Olímpico Internacional, a raíz de aquel encuentro, decidió invitarla a los Juegos que eran ese mismo año en Los Ángeles. Rumanía no podía declinar la invitación, quedaría mal, pero para que Nadia no tuviese ni el más mínimo asomo de duda sobre quién era y a quién pertenecía, durante su estancia en los Estados Unidos, incautaron su correspondencia, intervinieron su teléfono, y le pusieron un par de mastuerzos como amigos inseparables para que se sintiese segura de sus posibilidades.

 

Lo que pudo pasar en Los Ángeles, no pasó. 

Durante unos años y hasta su huida, Nadia se convirtió en profesora de educación física y entrenadora del equipo juvenil rumano de gimnasia. Se trataba de hacer algo mientras encontraba la manera de deshacerse de la maraña de malos rollos en los que se había metido sin comerlo ni beberlo.


Y llegó el 89, y apareció Constantin Panait con su bigote y sus contactos, y pasó lo que ya conocemos.


Esta es la historia que quería contar de los primeros veintinueve años de vida de Nadia Comaneci.

 

El resto de su peripecia, es decir, desde sus treinta años hasta hoy, está exenta de manos que manejan títeres, todo se abre en una especie de luminosidad difícilmente imaginable en aquellos días.

El tiempo comenzó a fluir en positivo, la imagen de mujer del otro lado del telón de acero, excesivamente maquillada y mal vestida, se diluyó en la Norteamérica en la que Madonna era ya una súperdiva de la música, con su maquillaje y vestuario incluidos.

Nadia volvió a ser querida y admirada, hasta el punto de que fue modelo para publicidad. Contra todo esquema rehízo su vida, o mejor es decir que se fabricó otra.

 

A muchas gimnastas de la órbita soviética de su época las cosas no les resultaron nada fáciles, las políticas de usar y tirar de determinados gobiernos en determinados momentos llevaron por ejemplo a la mítica checa Vera Caslavska a situaciones muy comprometidas en su carrera, las extraordinarias gimnastas soviéticas Zinaida Zoronina y Tamara Lazakovich acabaron diluyéndose en alcohol, la impresionante Olga Korbut, la soberana reina de la gimnasia de los setenta, fue arrestada en 2002 por robar en un supermercado en Atlanta y ha tenido que subastar sus trofeos y medallas, porque así también es la vida.

 

Y Nadia, que podía haber elegido caminos sombríos, o encontrarse con ellos sin escapatoria, ha vivido su vida hasta la fecha siendo lo que ella ha podido ir construyendo.


        Se enamoró y luego se juntó con Bart Conner, un buen gimnasta que conocía desde 1976, pero que claro, cualquiera dice en aquella Rumanía que un yanqui te hace tilín. Con él montó una academia de gimnasia y una revista. Y con él se casó en Bucarest en 1996 con la televisión rumana transmitiendo la ceremonia en directo. Fue el acontecimiento más visto en el país en toda la década de los noventa. Su vestido de novia lo confeccionaron en Moldavia bordado con veinte mil perlas, ni una más ni una menos. Ese mismo año le entregaron el mayor galardón del deporte mundial en Viena, los “Premios Deportivos Mundiales”, y le nombraron la mejor deportista del siglo XX. También fue la primera persona deportista invitada a hablar en la ONU para poner en marcha el “Año Internacional de los Voluntarios”. En 2001 consiguió la ciudadanía estadounidense y desde entonces tiene doble nacionalidad.

 En 2003 publicó un libro bonito que se llama “Cartas a una joven gimnasta”. Y el gobierno rumano la nombró Cónsul General Honorario de Rumanía a los Estados Unidos para tratar las relaciones bilaterales entre las dos naciones.

En 2004 recibió su segunda Orden olímpica, la distinción más alta que da el COI, es la única persona que tiene dos. En 2006 trajo al mundo a un niño al que han llamado Dylan, por el Bob de Like a Rolling Stone. En 2008 comenta la gimnasia de los Juegos de Pekín para Televisa. Y sigue y sigue y sigue.

 

Lo que sé de Nadia, y quería contarte, es que ella es mucho más que un 10.


 

 

 

  

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