Hoy es el día de África. Un día para un continente.
Entonces escribí un diario, leyéndolo hoy me doy cuenta de que he cambiado mi forma de escribir, porque he cambiado mi forma de ver el mundo y también he cambiado la razón por la que escribo.
El diario me ha traído aquellos días a la memoria retiniana como si los estuviese viendo ahora mismito, y he buscado algunas fotos que tenía por ahí guardadas, y ha sido bonito.
Aquí dejo un extracto de aquel diario, para celebrar desde el centro de mi corazón el día de África.
EXPEDICIÓN KILIMANJARO
16:30, hora española
Escribo
desde una litera de abajo, en una cabaña limpia de doce literas que son
veinticuatro camas. Camas y no yacijas, como merecen ser llamadas las de otros
muchos lugares en los que he depositado el esqueleto. Éstas veinticuatro son
camas que habrá a quien no gusten, pero que dan cumplida cuenta de su misión en
la tierra.
Dormiremos
ocho aquí, dos españoles, padre e hijo, altos y fuertes como peñascos. Un
matrimonio alemán, a él la exposición al astro rey le ha dejado la cara como un
topacio, a ella se le puede leer en la mirada algo parecido a lo que reflejan
los ojos de Janet Leigh en la escena de la ducha de psicosis. También duermen
hoy aquí un solitario danés, diseñador de muebles, dos británicas, médicas en
práctica en un hospital de Tanzania y duermo, además, yo mismo.
Ahora que
escribo en mi catre, las dos rubias y blanquecinas médicas y los dos españoles
rocosos intentan dormir. El flanco centroeuropeo consume sus últimos minutos
del día charlando en un cuartito anexo, tratando de difuminar sus inquietudes
hablando de esto y de aquello. Ella está verdaderamente preocupada, no sé qué
esperaba encontrar a dos mil quinientos metros de altitud en Arusha, tampoco sé qué le
habrían contado en la agencia de Frankfurt. Nos ha rogado que siempre
mantengamos la puerta cerrada, totalmente cerrada, con todos los pestillos, ha elegido la litera más alejada de la
puerta, y, en fin, que para pasar estas angustias es mejor ir a Mallorca, en mi
humilde opinión, y el tono topacio lo consigues igual. Pero ni soy quien para juzgar ni he venido hasta aquí para eso.
Con cierta
insuficiencia la luz de mi frontal ilumina el barracón. Es un bonito lugar para
soñar, y ya voy viendo que a alguien le parece también un bonito lugar para
roncar. Voy a ir situando los tapones en los orificios que dotan de sentido a su
existencia, y así, si escucho algo serán mis pensamientos y como mucho, a mi corazón, que
hoy, por cierto, nada más llegar a este refugio de Miriakamba, ha marcado
sesenta y ocho pulsaciones. La nave va.
Recuerdo en
un de pronto que me toca el Malarone,
hasta el momento, poco o ningún bicho sospechoso se ha acercado a morder mi
Relec, tampoco he visto muchos bichos, la verdad: alguna mariposa nocturna,
alguna diurna, un escarabajo grande como la palma de mi mano, y un par de
mosquitos sin mayor parecido con los de la foto del folleto palúdico.
Voy cerrando
el día y el diario, agua es moji, hola es jambo. Tuonane kesho es hasta mañana.
18:00, hora de Tanganica.
Escribo en una litera de abajo de un cuarto de dos, cuatro camas. Una pequeña cabaña marrón rodeada de corvus albicollis XL. Vamos a dormir ya porque mañana amaneceremos antes que el mundo, a las 24 arriba, y a las 01, para arriba. Nos esperan cuatro o seis horas hasta la cima y seis o siete después hasta el vehículo que nos llevará a dormir lo que con gran probabilidad será un sueño reparador.No puedo ni mirar la hora. Digamos que segundos antes del sueño reparador:
Habitación de hotel, Moshi.
El Meru es
para siempre un recuerdo de emoción y voluntad. Es, en mi cuerpo, un además, un parasiempre.
Te digo una
cosa: he saltado de un avión en caída libre, he terminado maratones, he ganado
medallas de judo, de natación, de baloncesto, hice un curso de jardinería
japonesa, en fin, he procurado vivir todo con ilusión de estar vivo, y también,
además, para siempre, he llegado al pico más alto del monte Meru, un
intangible de esos que te convierten en la persona que eres.
¿Qué tengo para siempre?
Las horas nocturnas de caminar bajo una túnica de estrellas, bajo la luz de marte, bajo el manto protector de la vía láctea. Atravesar durante horas el amanecer, un amanecer eterno, presagio de que en la tierra hay lugares donde lo único que vive allí es la belleza
Y ese momento, pisando el pico Socialista, una primera cima antes de la cima, pero a la vez, una cumbre sin tope.
El cielo indestructible de África que suma todos los azules de la historia; se pueden ver el azul de Goya, el de Picasso, el de los griegos, el de Velázquez, el del imperio alemán, no hay azul que no esté hoy y ahora mismo aquí.
Y para más desbarate,
la sombra de una duda despejada; es cierto, el Kilimanjaro existe y en sus
cumbres nevadas habita el dios de los masáis.
Voy a cerrar
los ojos que hay prisa por dormir. Pero necesito escribir que mañana al
amanecer salgo hacia el Uhuru peak. Desde aquí, desde Kibo. El último refugio
antes de la cumbre de África. ¡Qué preciosa es la palabra refugio!
Refugio es makazi,
uhuru es libertad, el aire será escaso.
Las
estrellas siguen marcando referencias celestes, desde el refugio de Horombo se
veía Moshi, luces lejanísimas que advertían que otros seres humanos permanecen
en este planeta loco, en esta tierra hermosa, dolorosa, apabullante y
resistente. La luna va creciendo y la nieve del Kilimanjaro se ilumina como un
faro para dejarme claro que el viaje, incluso antes de ser consumado, ha
merecido la pena.
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