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Deportistas españolas, las Simone de Beauvoir inesperadas.

Corremos el riesgo de creer que Ruth, Mireia, Carolina, Edurne, Maider, Amaya, las jugadoras de las selecciones españolas de waterpolo, Balonmano, Gimnasia Rítmica, taekwondo, Baloncesto, y demás, son una sinécdoque (la parte por el todo) o más gráficamente, son la punta de un ice-berg.
Corremos también el riesgo de creer que Arancha, las Conchitas (Martínez y Montaner), Pilar, Marta, Miriam, y demás, eran precursoras, las Magallanes de la igualdad de género en el campo del deporte.

Conviene dejarlo claro. Esto es una cuestión de árboles y bosques. Ellas no son los árboles que no dejan ver el bosque, son los árboles. No hay bosque.

El que Amelia Earhart atravesase el atlántico más rápido que nadie en el año 1932 no era en absoluto síntoma de que la aviación se poblaría en breve de mujeres pilotando, han pasado 72 años y mira tu qué panorama.

Una cosa es la cumbre de una deportista española concreta o de un equipo de ellas y otra cosa es asumir esos éxitos a una especie de bolsa general que podríamos llamar “deporte femenino español”. Eso sería una equivocación tan grande como pensar que en la Francia de Micheline Ostermeyer todas las mujeres eran atletas extraordinarias  y magníficas concertistas de piano. Tenían derecho al voto (1948), pero poco más (bueno, mucho más que en España, eso si es cierto).

Las deportistas que están ahí ahora, llegando a lo más alto de las clasificaciones competición tras competición (como hacía Micheline con el atletismo femenino francés de los 40), representan de manera desproporcionada a un deporte femenino en fase de desarrollo. Un deporte al que aún le faltan las bases, los cimientos.
Las mujeres que están ahí son el resultado de varias leyes de embudo inscritas unas en las otras.
El embudo propio de su deporte, el de su entorno social desde la infancia, y el más pernicioso de lo embudos, el letal de nuestra sociedad, incapaz de valorar de forma igualitaria los esfuerzos de las personas sin distinción de su género.

¿Entonces cómo lo consiguen?
Cada caso es un mundo, un mundo generalmente lleno de impedimentos, de trabas, de superar absurdos prejuicios. Esto si es el deporte femenino español, una amalgama de lugares comunes, de barreras por saltar, de techos de cristal por romper.

Sólo analizar la extraordinaria sorpresa que ha supuesto ver a Beitia en la portada del Marca con su salto de oro en Zurich (¡¡¡¡Una medalla de oro europea!!!) ya deja claro la catacumba en la que vive el “deporte femenino español”

Un paseo por los patios de los colegios, otro por los polideportivos y campos deportivos por la tarde, otro por las competiciones de fines de semana, y uno más por los gimnasios nos dejaría claro el asunto y nos debería alertar.
Aún hay muchos pasos que dar. El deporte, aquí en España, es un coto de la masculinidad, y las mujeres y niñas que practican deporte (no digo ya las que lo hacen a niveles de alta competición), son gente rara (no digo diferente, digo rara).

Vivimos en una sociedad machista, en el mundo del deporte esta afirmación se puede hacer aún de manera más categórica.
Miremos la realidad tal y como es, para no correr el riesgo de la autocomplacencia.
Las entidades deportivas que consiguen un ambiente igualitario son muy pocas, pero las hay, y en este momento están haciendo una labor de tales dimensiones que es incalculable el bien que están generando a la sociedad del futuro.

Las deportistas que copan primeros puestos internacionales desde hace ya lustros y mucho más recientemente, apenas meses, portadas de prensa deportiva, esas mujeres, son mucho más que grandes deportistas. Su pelea diaria no sólo es contra ellas mismas (lo que consideramos superación física y mental, es decir, deporte), es también una pelea contra el statu quo, contra las miradas prejuiciosas, contra las críticas nacidas del desconocimiento (o tal vez del miedo) de algún plumilla suelto, contra los comentarios en las gradas, contra el desequilibrio general impuesto por la parte masculina del orbe.

En los Países Bajos de posguerra, los de Fanny Blankers, el ambiente general hacia las mujeres deportistas era también del estilo. Un periodista escribió justo antes de los juegos olímpicos de Londres 48 que Fanny era demasiado vieja para correr, que debía quedarse en casa y cuidar de sus hijos. Cuando Fanny le vio en el estadio, en Wembley, se acercó a él, le señaló con el dedo y le dijo. Te voy a demostrar algo. Y en esos días ganó 4 medallas de oro olímpicas.

Parece que las deportistas españolas tienen que salir aún hoy cada día a decirles a los periodistas (si, los periodistas) “Te voy a demostrar algo”
Lo que están rompiendo las atletas y deportistas españolas en lo alto de las competiciones internacionales no son récords solamente, no son sólo marcas deportivas, están rompiendo uno de los muros transparentes más sólidos de nuestra civilización, el burka invisible; esa pantalla que siglo a siglo ha ido forjando a su medida esa media parte de la humanidad que sigue empecinada en la supremacía de la masculinidad, como si eso de ser hombre (macho) fuese algo importante.

A ellas, Gloria y Honor.


“Los discursos y los artículos son buenas armas de propaganda, incluso parece que en Francia somos expertos en este tipo de “deporte”. Pero mucha gente que hace discursos y escribe artículos debería adoptar el lema "Haz lo que digo, y no hagas lo que hago." Por eso parece apropiado hablar,  y a  la palabra, agregar la acción. Esto es lo que hacen en nuestra sociedad las mujeres atléticas que acuden todos los años a dar el ejemplo en las zonas donde la educación física para las mujeres es poco o nada conocida. Creo que en nuestra sociedad no hay federaciones que den este ejemplo a las mujeres que lo necesitan.”
Alice Milliat (Francia, años 30)


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