Perdón, perdón, perdón. Desde que el rey de Botsuana diera una larga cambiada con su losientomuchonovolveráaocurrir , se suceden peticiones de perdón de lo más variado. No nos pueden pedir más veces perdón, y oye, podría ser que cayésemos en la trampa, pero hasta aquí hemos llegado. No puede valer para todo. No es lo mismo pedir perdón por un pisotón fortuito, por un error benigno, por un codazo, por una negligencia administrativa, porque me quedé dormido, porque no me di cuenta, porque ha sido sin querer; No es lo mismo, digo, pedir perdón por errores humanos de más o menos fondo, que hacerlo por las cosas a las que nos estamos habituando. Sale una mujer que se ha ido a la fuga cuando un policía le ha dado el alto, y pide perdón. No es lo mismo eso que si sale a pedir perdón por haber tenido en su equipo de gobierno durante años a una banda de mafiosos que llevan robando a sus votantes y no votantes millones de euros delante de sus ojos, narices y boca. No es lo