No es que me agarre a los días en los que nos obligamos a recordar, pero si habitualmente me cuesta no hacerlo, hoy, con más razón me aparece el recuerdo.
En los aletargados anocheceres del invierno de los primeros noventa, mi abuelo y yo, en los largos espacios vacíos que nos dejaba el final del día, dábamos vueltas a algunos conceptos que formaban parte de su integridad, por el mero disfrute intelectual:
El ser para mi, el espíritu, la entrada en sí mismo, la mismidad.
Hablábamos delante de nuestros víveres, el pescado rebozado, las judías verdes, la sopa.
Siempre me resultó curiosa la íntima relación intelectual entre Luis y Hegel.
Mi abuelo Luis era un hombre hecho de moralidad y eticidad hasta los tuétanos, era lógico que los conceptos hegelianos le llenasen tanto.
Algunos días nos poníamos a merodear alrededor del derecho, siempre desde la óptica de quien conoce que es el estudio de lo que no es, sin embargo, algo que se fundamenta en la idea de persona, en un ente racional con voluntad libre, algo así no podía ser de ninguna manera algo malo.
¿Por qué me resultaba tan cuesta arriba el estudio de algo que como objeto me atraía, que me resultaba interesante? Hablábamos de lo complicado que es entender el derecho como parte del espíritu siendo tan manifiestamente pagano.
¿Por qué me resultaba tan cuesta arriba el estudio de algo que como objeto me atraía, que me resultaba interesante? Hablábamos de lo complicado que es entender el derecho como parte del espíritu siendo tan manifiestamente pagano.
Hoy sigo dándole vueltas a la idea de que el derecho es la forma más elemental de relacionarse entre personas. Creo que sí, que lo es, pero en los últimos años de mi vida he descubierto que el derecho es una de las ciencias menos respetada por las personas. Las leyes, normas y costumbres son una broma con la que jugar a hacer construcciones y negocios, algo muy poco espiritual, algo muy triste.
¿Si al derecho nos lo pasamos por el arco de Trajano, para qué cantar? ¿Para qué hacer poesía? ¿Para qué luchar?
Aunque la mismidad era la estrella de la que más hablábamos aquellas veladas, en las que el abuelo hacía sentir al nieto pequeñito y orgulloso a la vez, la moralidad y la eticidad también se presentaban de vez en cuando con la misma presencia de ánimo.
Los motivos, la clave de la moralidad.
Cuántas veces buscábamos la moralidad en algunas cosas ilícitas, y aún más la inmoralidad en tantas cosas lícitas.
Hoy la idea de moralidad está en franca decadencia. Los seres que deciden a dónde van nuestros dineros a morir, piden perdón por ser inmorales, pero no se avergüenzan de serlo, en realidad son inmorales incluso en sus disculpas.
¿Y la eticidad? ¿Dónde ha ido a parar? Allí donde es imposible discernir dónde está la verdad del espíritu subjetivo y del objetivo es desesperadamente imposible que sepamos distinguirla.
¿Hacia dónde van las relaciones de los individuos como personas independientes?
Nuestra sociedad ya no quiere ser el Estado, ya no quiere ser parte de un todo, ya no quiere tener la verdad absoluta, le resultaría suficiente con ser respetada.
Recuerdo aquel tiempo, que pasaba tranquilo al son de decenas de mecanismos de relojería, tic tac tic tac, un tiempo en el que nuestra sociedad parecía haber superado la niñez y la mocedad, sólo hace veinte años de esto, ¿Qué momento histórico vivimos ahora? Hemos dejado en ridículo a Hegel y su fenomenología del espíritu. España, que hoy es la suma de sus partes alícuotas, y las personas que nos diferenciamos del resto del orbe por tener un DNI (que no necesariamente un ADN) de nacionalidad española, nos olvidamos de la mismidad.
Y aquí me siento hoy, a recordad en alto a mi abuelo Luis, No quiero dejar pasar un día más sin rescatar en mi mismidad a Hegel, que para mí es como revivir a Luis, mi abuelo del Alma, mi alter ego.
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