La noche
rumana no se diferencia demasiado de la húngara, sobre todo si miras al cielo.
Pero en la tierra es diferente, los puntos y las rayas de los mapas, a veces, se convierten en muros, a veces, como en ese momento, en alambradas hostiles y aparentemente infranqueables.
Aquella noche del 27 de noviembre de 1989 era fría de carámbanos, las navidades se acercaban y en Rumanía se estaba gestando una revolución que nadie sabía a qué conduciría.
Un Audi se dirigía desde Bucarest hacia la frontera con Hungría, sus siete ocupantes soportaban con estoicismo las apreturas, conscientes de que si todo salía bien, en unas horas sentirían como nunca habían sentido antes la libertad. Eso creían, eso buscaban.
El clima de prisión se había acentuado en los estertores de la Rumanía comunista de Nicolae Ceauşescu, y era insoportable la presión que ejercía sobre su entorno. Seguramente si hubiesen sabido lo que pasaría apenas un mes después en su país, la aventura se habría postergado. pero ninguno tenía el don de la adivinación.
Pocos minutos antes de llegar a la frontera, el Audi se detuvo en mitad de ninguna parte, Nadia Kemenes junto con cinco de sus acompañantes descendió del vehículo con el pensamiento puesto sólo en lo que a partir de ese momento iba a suceder.
El plan consistía en caminar un tiempo hasta llegar sin ser vista al punto exacto en el que la alambrada que separaba físicamente a Rumanía de Hungría había sido abierta, una vez allí, debía atravesar la cortina rasgada, y continuar a oscuras campo a través por territorio húngaro hasta volver a encontrar a la única persona que se quedó en el coche, que atravesaría la frontera sin problemas gracias a su pasaporte extranjero.
Pero en la tierra es diferente, los puntos y las rayas de los mapas, a veces, se convierten en muros, a veces, como en ese momento, en alambradas hostiles y aparentemente infranqueables.
Aquella noche del 27 de noviembre de 1989 era fría de carámbanos, las navidades se acercaban y en Rumanía se estaba gestando una revolución que nadie sabía a qué conduciría.
Un Audi se dirigía desde Bucarest hacia la frontera con Hungría, sus siete ocupantes soportaban con estoicismo las apreturas, conscientes de que si todo salía bien, en unas horas sentirían como nunca habían sentido antes la libertad. Eso creían, eso buscaban.
El clima de prisión se había acentuado en los estertores de la Rumanía comunista de Nicolae Ceauşescu, y era insoportable la presión que ejercía sobre su entorno. Seguramente si hubiesen sabido lo que pasaría apenas un mes después en su país, la aventura se habría postergado. pero ninguno tenía el don de la adivinación.
Pocos minutos antes de llegar a la frontera, el Audi se detuvo en mitad de ninguna parte, Nadia Kemenes junto con cinco de sus acompañantes descendió del vehículo con el pensamiento puesto sólo en lo que a partir de ese momento iba a suceder.
El plan consistía en caminar un tiempo hasta llegar sin ser vista al punto exacto en el que la alambrada que separaba físicamente a Rumanía de Hungría había sido abierta, una vez allí, debía atravesar la cortina rasgada, y continuar a oscuras campo a través por territorio húngaro hasta volver a encontrar a la única persona que se quedó en el coche, que atravesaría la frontera sin problemas gracias a su pasaporte extranjero.
Una vez contactado de
nuevo, el coche la llevaría hasta Austria, y allí, tal vez, a la libertad.
Eran ilegales en la noche oscura. Pasaron seis horas avanzando entre los helados charcos y el pánico. Cuando al fin salvaron la alambrada, decidieron tomar la senda que creían correcta, pero Nadia tenía dudas. La oscuridad y las diferentes velocidades que eran capaces de aguantar le jugaron una mala pasada, y se quedó sola en la noche extranjera. Qué ironía, extranjera.
Eran ilegales en la noche oscura. Pasaron seis horas avanzando entre los helados charcos y el pánico. Cuando al fin salvaron la alambrada, decidieron tomar la senda que creían correcta, pero Nadia tenía dudas. La oscuridad y las diferentes velocidades que eran capaces de aguantar le jugaron una mala pasada, y se quedó sola en la noche extranjera. Qué ironía, extranjera.
Una pareja de policías la vio de lejos caminar cansada y algo
desorientada. Se acercaron. El corazón de Nadia latía a más de doscientas
revoluciones por minuto, por un momento pensó que se le saldría del pecho, o
sencillamente colapsaría.
Los policías fronterizos
estaban acostumbrados a las fugas de ciudadanos rumanos que como cuentagotas se
escapaban de la opresión.
Nadia Kemenes en 1989 |
Pidieron papeles, que es lo que más sabe hacer la
policía. Nadia Kemenes, ese era el apellido de origen húngaro que
llevaba en sus documentos. No les decía nada. Comprendieron que la razón que
Nadia inventó para explicar su situación podría ser verdad. Quizá ella estaba
paseando con sus amigos y se perdió, ¿por qué no? Y si no era así ¿qué más
daba? Le indicaron el camino que buscaba y la dejaron perderse de nuevo en la
noche
Allí, en el lugar señalado
estaba el Audi, como una más de las imágenes imposibles de olvidar de aquella noche. Al volante, Constantin
Panait, el hombre que la había convencido para embarcarse en aquella
peligrosa aventura. Juntos llegaron a Austria y allí se presentaron en la
embajada de EEUU donde Nadia recuperó su apellido mundialmente famoso, y donde
pidió asilo político. Poco tiempo después, la extraña pareja, llegó a Norteamérica.
Nadia llevaba una inmensa carga a cuestas, el pasado se agolpaba sobre su
espalda y le dejaba un futuro abierto, pero tremendamente incierto.
Ésta es una versión libre de lo que sucedió aquella noche del 27 de Noviembre de 1989, una mezcla de las cientos de versiones que circulan por ahí de la historia. Como todas guarda un fondo de verdad. La mejor deportista rumana de todos los tiempos huyó de su país imbuida de miedo y sufrimiento.
¿Pero qué hizo a una mujer como Nadia Comaneci querer alejarse de su país? Ella había sido la “heroína del Trabajo Socialista” más joven, lo que en aquel momento y lugar era lo máximo. Ella había entrado a formar parte del entorno del hijo del hombre más poderoso de Rumanía. Ella, aparentemente, no tenía de qué quejarse ¿Entonces? Entonces porqué pasó lo que pasó. Y por qué le siguieron pasándo cosas nada más llegar a Nueva York.
¿Por qué a Nadia Comaneci sólo la conoce el inconsciente colectivo por el Diez si ella es una de las mujeres más valientes de entre las más manipuladas de la historia y una de las más manipuladas entre las más valientes?
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