La reunión de atletas plusmarquistas en la presentación del
libro de los récords del atletismo español (Cronología de los récords y mejoresmarcas españolas de atletismo) fue intensamente emotiva.
Se trataba de
marcas, se habló de emociones.
Durante unas horas, personas que habían despuntado en
solitario en diferentes puntos de la línea de tiempo por el subconsciente
colectivo de nuestro país, se juntaban para que de un vistazo sumásemos las
emociones de sus marcas.
83 atletas plusmarquistas a punto de hacerse la foto oficial del encuentro en el Consejo. |
La escalera del CSD se llenó de atletas, y como una
panorámica, de un lado a otro, comenzó el viaje interior hacia las personas, de México a
Múnich, de Atlanta a Los Ángeles, de Moscú a Barcelona. El viaje a las marcas,
a las pistas, Zaragoza, Salamanca, Madrid, Zúrich, Londres, a las de ceniza, al
tartán rojo, al azul, al foso de arena, a la colchoneta, al bambú, a la fibra
de vidrio...
Los datos de las
emociones.
Me sorprendí al emocionarme reconociendo a personas a quienes
nunca vi en directo, por la sencilla razón de que yo no existía aún cuando
lanzaron sus marcas a la eternidad, y sin embargo descubrir que como en todo, su
marca estaba unida a una emoción ¿Cómo es posible esto?
Al recordar, el número concreto y frio se une a un color,
una luz, un olor. A una bolsa en la que guardaba el chándal, a unas zapatillas,
un rival, una grada, una locución… la emoción.
Y luego estamos los demás,
los pobres mortales que seguimos las marcas y los nombres, la referencia vital
de los atletas, y que soñamos con correr, saltar, lanzar así, aunque sabemos que por
mucho tiempo que vivamos nunca lo haremos.
Y tomamos partido en función de
parámetros que casi nunca tienen que ver con la cifra, los centímetros, los segundos, que casi nunca
tienen que ver con programas de entrenamientos, ni macrociclos ni mesociclos.
Que nunca tienen que ver con complementos anabolizantes ni planes eufemiánicos o pascuarienses.
Tienen que ver con emociones, con actitudes, o a veces,
incluso más básicamente, con
procedencias, tienen que ver con empatías intangibles.
Nos hacemos de unos o de otras en función de sus sonrisas o
de su seriedad, de su gesto en el esfuerzo, de sus andares. Y luego, sus marcas nos dan la justificación
que la razón buscaba, y entonces una corriente de simpatía nos une para siempre
a esa persona a quien no conocemos de nada. Bueno, nada más que de ver su esfuerzo agonístico. Personas a quienes igual
no deberíamos conocer nunca para que se mantuvieses en ese rincón chiquito resguardado
entre lo mágico y lo mítico en nuestro interior.
La conexión emocional con la marca que consigue una persona
va siempre precedida de otras previas unidas al color de la camiseta,
al peinado, a la pintura de las uñas o a la estatura, y por qué no decirlo, a
la ciudad, a la provincia o al país al que representan, que no siempre es al
que pertenecen, que no siempre es el de procedencia. Pero ahí estamos,
vinculados emocionalmente con sus acciones, con sus marcas, porque nacieron en
el mismo lugar que nosotros o porque la vida les ha llevado a vivir al mismo
lugar que a nosotros.
También pasa lo contrario, que al margen de las marcas,
somos completamente incapaces de identificarnos con determinados
comportamientos, movimientos espasmódicos, gestos desproporcionados de victoria
o excesos de demostraciones testosterónicas o simplemente incapaces de admirar a alguien que representa a un
lugar que no sabemos bien por qué no nos encaja.
La fuerza del
atletismo.
Cuando has vivido una competición atlética desde dentro, en
la pista, o desde fuera, en la grada, la forma de ver el mundo cambia, se transforma.
Hay a quien sólo le roza ligeramente y hay a quien le da un golpe irreversible,
pero siempre se produce un cambio.
Por eso no se puede olvidar el día en que vimos batir una
marca, por eso mitificamos a las personas y a los lugares, por eso las
incorporamos a lo que somos.
¿Y qué más pedir?
José Javier Etayo, coordinador del libro de los records en el CSD |
Conocer a muchos y muchas de quienes unieron sus hazañas deportivas a
marcas para el recuerdo, ver a atletas más recientes en el momento de
su nacimiento deportivo, entrevistar a los más antiguos, transmitir los sueños
de la última generación de grandes atletas de España, todo esto siempre me ha producido una
sensación extraña, siempre me da la impresión de que nuestra sociedad tiene un
serio déficit que tiene que ver con lo que hacemos con respecto a estas personas.
Tal vez sea que detecto una falta de vinculación emocional,
que deberíamos conocerles mejor, que deberíamos admirarles más, que deberíamos emularles
más.
Nuestra sociedad tendría que unir su destino a la forma de
entender la existencia de sus atletas; el esfuerzo, la constancia, el talento,
el reto…
Eso falta.
Escucho a directivos del deporte hablar de
emociones y hay algo en el aire que me falla, porque hay piezas que no me
encajan. Las grandes palabras casi nunca sirven para nada si no están acompañadas
de grandes proyectos, de grandes realidades, de grandes acciones.
Eso falla.
Y ha fallado, y mucho, la trampa y lo que se ha decidido
hacer con la trampa.
Viendo a este grupo de mujeres y hombres me reafirmo en algo
que llevo años diciendo. Hemos hecho el tonto siguiendo la moda de los ricos. Sin
dopaje nuestro atletismo sería mucho más grande hoy. Las sombras que se arrojan
sobre la honestidad de los ídolos desde hace ya un tiempo insoportable rompen las líneas invisibles de la
vinculación emocional. Cuando hemos sido
ricos hemos querido ser los más modernos también, los más sobrados de entre los
listos, y ahí hemos metido la pata hasta el fondo del charco. Y no creo que la
corrupción sea una manifestación inevitable en todo grupo humano, no lo creo. Pero si creo que las marcas se
unen a las emociones, y que la emoción que produce un tramposo o una tramposa no
es una buena emoción.
El atletismo español, en general, desde los tiempos de Tomás
Bárris hasta hoy, es la historia del esfuerzo, el trabajo, la honestidad, el
impulso y las marcas de un buen número de atletas de por aquí, que demuestran
que mientras haya un lugar donde correr, o saltar, algo que lanzar y la posibilidad de
demostrar que se puede llegar más rápido, más alto y más lejos, habrá atletismo. Y con el
atletismo habrá mitos con los que identificarse sin miedo a la decepción.
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