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patines y determinismo, Sonja Henie, de Cristianía a Hollywood.

Hay teorías extensísimas sobre el “determinismo biológico”, y demostraciones empíricas que confirman que según donde nazcas y quiénes son tus ancestros, tienes algunas cosas que determinan tu paso por el planeta azul.
A Sonjia, al nacer, le tocó en suerte la Noruega de 1912 como lugar para dar los primeros pasos y los primeros patinazos, en concreto nació en Cristianía, que si lo vas a buscar ahora no lo verás por ninguna parte porque es Oslo desde 1924, y sobre todo, le tocó uno de esos padres que hay por ahí, que te hacen un marcaje férreo desde que lanzas el primer llanto al aire y no te los quitas de encima ni con agua caliente.
Wilhem Henie había sido campeón del mundo de ciclismo y se ganaba bien las lentejas comerciando con pieles, así que decidió gastarse sus dinerillos de más en fabricar una deportista célebre, lo que para esa época era un riesgo más que notable, aunque también es cierto que la competencia era exigua.
¿Y qué consiguió Wilhem? Una triple campeona olímpica de patinaje sobre hielo, heptacampeona del mundo y exacampeona de Europa, cosa que dicha así del tirón suena primoroso.
Pero además ella fue la que dio al patinaje ese rollito de glamour y brillantina que le hace un deporte tan particular.
Su padre empezó por donde hay que empezar, por separarse él de la preparación de la criatura y contratar a grandes especialistas de todo el mundo, incluyendo a la celebérrima bailarina rusa Tamara Karsavina, la que fue bailarina principal del ballet Imperial del Zar. 
Ya se ve que papá Henie tenía un plan y sabía cómo manejar los tiempos.
En los primeros Juegos Olímpicos en los que participó Sonja quedó octava, fueron los de Chamonix de 1924.entonces tenía sólo once añitos. Lo más fuerte es que era campeona de Noruega. Para los siguientes juegos ya era campeona del mundo y se llevó su primera medalla de oro, con quince años, un buen momento para que el pavo se te suba hasta niveles estratosféricos.
Parece que la quinceañera tenía la cabeza muy centradita porque desde ese momento lograría otras dos medallas de oro olímpicas más, lo que representa mucho patinar.
Pero lo que la convirtió en una deportista que cambió la historia no fue tanto lo bien que patinaba sino cómo patinaba. Su técnica fue innovadora y su estilo era elegante y chick y con esas dos armas transformó el patinaje artístico y se convirtió en una leyenda del deporte.
La cosa fue a mayores cuando empezó a adornar sus ya de por si elaboradas coreografías con una vestimenta más acorde con la danza y el show bussines. Y como Sonja tenía buena pinta, su imagen empezó a arrasar en el mundo occidental.
Henie llegó a ser tan popular que la policía tenía que intervenir en sus apariciones públicas para controlar a la gran masa de fans que la asediaban. Aquello había que explotarlo.
Entre los juegos del 32 y los del 36 se dedicó a hacer algunos contactos interesantes para su futuro, entre los que no faltaron algunas personalidades de la Alemania nazi, lo que le valió cierta antipatía en su Noruega natal por una parte, y que cuando llegaron los nazis a Oslo con animus molestandi y entraron en su casa, vieran una foto de Hitler autografiada y no tocasen ni un pelo de sus pertenencias. Las cosas, nunca sabes para qué te van a servir.
Y después de los juegos del 36 de Garmisch-Partenkirchen se pasó al patinaje profesional, con el que partió la pana sobre todo en Estados Unidos donde se convirtió en una mega estrella de la pantalla, porque consiguió introducir el patinaje casi al nivel que Ginger Rogers introdujo el claqué.
Vino a ser lo que en Cantando bajo la lluvia llaman “una estrella fulgurante del cinema”. Una de las actrices mejor pagadas de Hollywood.
Sonja Henie apareció en la portada de la revista Time en julio de 1939, con sus cotizadas piernas al aire y unos patines, y dos años después se nacionalizó estadounidense.
Henie, en la portada de la revista ‘Time’ en 1939 (TIME)
Y una vez que había dado personalidad al patinaje artístico sobre hielo, se retiró a disfrutar de la existencia, y con su tercer marido, un rico mecenas del arte noruego que se llamaba Niels Onstad, se fue a vivir a Oslo, y cerca de allí, en Høvikodden, montó el Henie-Onstad art Centre, donde acumularon una importante colección de arte moderno, al más puro estilo Tita Cervera.
Murió el año en que yo nací, en un avión que volaba desde París a Oslo, tenía 57 años de vida intensa, de luces y brillos, y de alguna sombra controvertida, producto, claro está, del determinismo.






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