Ahora que ya se que esta historia de griegos
y juegos tiene su público, me veo en la obligación de terminarla.
Vamos a darle fin con el fin propiamente
dicho, que como ya queda dicho, el fin es el principio.
Nos queda por confirmar que los Juegos
Olímpicos de la era moderna se celebran gracias, sobre todo a un griego. Y para hacerlo os cuento una historia larga, pero intensa.
Para empezar a preparar el escenario, podemos
afirmar que las cosas no habían ido muy bien para los griegos en atletismo, o
mejor podríamos decir que habían sido patéticas, que queda más griego.
James Connolly |
Si alguien esperó que un griego fuese el
primero en llevarse una medalla, se quedó con las ganas. La primera medalla de
oro olímpica desde la que ganó el boxeador armenio, Barasdate, en el año 393 adC, fue para James Connolly, estudiante de la Universidad de Harvard, EEUU. Ganó
el triple salto con una marca de 13 metros 70 centímetros .
Según dijo Connolly, ‘‘Fue sólo un
momento en la vida de un joven’’. Y tenía razón. Pero el bochornazo para
los griegos fue a más.
Si alguien pensaba que un griego ganaría
alguna prueba atlética de pista, se quedó con las ganas también. Los
norteamericanos se impusieron en la inmensa mayoría de las pruebas , Thomas Burke ganó los 100 y los 400 metros .
serie de los 100 metros, Burke a la izquierda junto a Curtis, Agachado, |
Los 800 e los 1500 se los llevó un
australiano, Edwin (Teddy) Flack,
que dentro de nada va a volver a ser protagonista de esta historia. Australia
competía bajo la bandera británica.
Y aquí llega lo peor para los griegos. Si
alguien creyó que un griego se llevaría alguna prueba de campo, se quedó con
las ganas también, pero esta vez en plan ultraje.
Robert Garret, protagonista de "El Garretazo" |
El Estadounidense Ellery Clark ganó la longitud y la altura. Y en la prueba griega de las pruebas griegas, el
lanzamiento de disco, llegó el remate para el oprobio. Aunque Grecia era
favorita para ganar, Robert Garret,
un estadounidense socarrón que no había competido nunca antes en esa
disciplina, se inscribió. Sus dos primeros lanzamientos provocaron las
carcajadas del público, según cuentan las crónicas, lanzó apenas unos metros, todo
parecía indicar que Paraskevopoulos
y Versis serían primero y segundo,
pero en el tercer lanzamientos se produjo el mayor atragantamiento de risas de
la historia, Garret mandó el disco a 29 metros y 15 centímetro , veinte
centímetros más que Paraskevopoulos, y consiguió la medalla de oro como
discóbolo.
Que algo más tarde ganase el lanzamiento de peso fue mucho menos
ofensivo, porque venía con muy buenos antecedentes en esta prueba. Y termino
con Garret, antes de llegar al Maratón, porque el tipo ganó la plata en longitud
y el bronce en altura, algo impensable en el atletismo de nuestros días, pero
aquellos eran otros tiempos.
Y LLEGÓ LA CARRERA FINAL.
Así que para los corredores de la última
prueba, la de la carrera de Maratón, la responsabilidad era enorme ¿Y lo
tenían fácil? Aunque pueda parecer que sí, porque eran muchos más que los
extranjeros (trece griegos contra cuatro foráneos), tenían dos problemas. Uno,
que entre los cuatro de fuera estaban los primeros tres finalistas de los
1.500: Edwin Flack, que si has seguido el hilo argumental del asunto que también había ganado los 800 metros , el
estadounidense Arthur Blake, y el
prodigio francés Albin Lermusiaux. Y
a ellos se unía el inteligente y experimentado corredor húngaro Gyuka Kellner. El segundo problema, a
mi entender, se lo habían creado ellos. En la entrada anterior conté cómo se decidió quién
corría y quién no la carrera más larga, y resulta que habían celebrado
unas carreras clasificatorias el 22 y 24 de marzo. La carrera olímpica se iba a
celebrar el 10 de abril, ni veinte días después. Con que sepas un poquito nada más de carreras de fondo, sabes a qué me refiero. Para los atletas griegos sería la segunda carrera sobre 40 kilómetros en menos de un mes. Pero como
creo que ya he apuntado en alguna ocasión, eran otros tiempos.
Y a partir de ahora voy a recordar una historia que se ha contado muchas veces, y la voy a escribir mezclando lo que más me gusta de unas y otras historias, (porque si las juntas todas te pueden salir tres o cuatro carreras).
En
la tarde del jueves 9 de abril, los diecisiete corredores fueron llevados desde
Atenas hasta un hospedaje cercano a la explanada que antes te contaba, de
verdad que si la pisas hoy te llegará la fuerza de la que se cargó en aquellos
días de pioneros y valientes. Es un punto brutal de energía, es la salida de
Maratón.
La
tarde del Viernes 10 de abril, con discurso previo de Papadiamantopoulos
incluido y disparo al aire, comenzó la carrera del siglo (XIX). Una mezcla
entre un episodio de “los autos locos” (Sin Penélope Glamour, porque todo el
mundo sabe que en los Primeros Juegos no compitieron mujeres, aunque allí estuvieran Melpómene y Stamata), y la batalla de las
Termopilas. Una sucesión de acontecimiento que van desde lo grotesco hasta lo
heroico.
Desde el principio quedó claro que durante la
carrera tendrían compañía. Toda la población de los campos y los pueblos por
los que pasaba la carrera se acercaron a los caminos del recorrido para
ovacionar a los atletas, el estadio de mármol estaba abarrotado.
La
carrera empezó mal para los griegos, los mediofondistas extranjeros arrancaron
con mucha velocidad, fueron las piernas ligeras de Lermusiaux las que fijaron
un ritmo endiablado, se fue del resto casi sin oposición, y hasta pasada la
mitad de la carrera aguantó ahí. En Palini, los lugareños habían construido un
arco triunfal y cuando Lermusiaux llegó en primera posición, le pusieron una
guirnalda de flores entre vítores y aplausos. Los habitantes de Palini
sabían que después de su pueblo llegaba una buena cuesta, seguramente Lemusiaux
no, y por eso no bajó su ritmo, y por eso el de su corazón se aceleró, y por
eso se tambaleó hasta caer extenuado. Fue en el kilómetro 32 de la carrera.
Necesitó la asistencia de un compañero que le acompañaba en bicicleta durante
el recorrido para volver en sí. Así que Lermusiaux dijo allí adiós a la carrera.
¿Y quién venía detrás? ¿Algún griego? Nasti. Edwin Flack, el larguirucho
australiano pasó a la primera posición, y relativamente cerca (sólo
relativamente) Spiridon Louis.
Pero
si lo del francés fue duro, espera a enterarte de lo que pasó con Flack. Nunca
había corrido en carreras de más de diez millas (unos dieciséis kilómetros), y
las piernas empezaron a agarrotársele en el primer muro de la historia del maratón, y cuando llevaba treinta y seis
kilómetros empezó a zigzaguear y a tambalearse, le quedaban cuatro para acabar.
Cualquier atleta de fondo de nuestros días sabe de sobra que esto es algo que
puede pasar, y también sabe hasta dónde puede y no puede forzar la máquina,
pero estamos hablando del nacimiento de una prueba, y Flack se sintió morir. La
persona encargada de acompañar a Flack no era otro que el mayordomo del
embajador de Inglaterra, que vio al muchacho en tan mal estado, que pidió a un
griego que pasaba por allí que mantuviera al corredor en pie mientras él
buscaba una bebida. Flack, que estaba flotando en el globo de su pájara, pensó
que le estaban atacando y le pegó un puñetazo al buen hombre que le tiró al
suelo. Como estaba tan flojo, después calló él siguiendo la estela de su puño.
Los cuatro kilómetros restantes los hizo en un carruaje que le llevó al
vestuario del estadio, donde fue atendido por el Príncipe Nicolás in person,
y revivido con una bebida a base de huevo y brandy (lo que viene siendo un
ponche).
Spiridon Louis que llevaba unos zapatos que
le habían regalado los habitantes de su pueblo, estaba haciendo una carrera de
lo más sui generis, por dar un
detalle, según cuentan las crónicas del momento, cuando la carrera pasaba por la
localidad de Pikermi (Kilómetro 32 más o menos), hizo una paradita en un bar
local para tomarse una copa de vino, allí preguntó por la ventaja que le
llevaban los de delante y confirmó que les superaría, así es el vino griego,
(Incluso hay una versión de los hechos que pone en su boca una frase del
estilo: “No hemos olvidado a Filípides, mi victoria será el recuerdo de los
griegos por aquella hazaña”. (Personalmente, dudo de que en ese momento
Spiridon dijese eso, porque me parece demasiado de flipadillo para un personaje
como él)). Para los corredores de fondo añado algo que está contrastado. Durante
el camino Louis, aparte del vino, bebió leche, cerveza, un poco de jugo de
naranja y comió un huevo de Pascua (verídico). Así que corriendo y mezclando,
para que luego digan. En nuestros días nadie se atrevería a correr con semejante
calimocho intestinal.
En el estadio las noticias de la carrera
llegaban con cuentagotas, el ambiente era muy tenso, sobre todo después de que
un ciclista trajese la noticia de que el australiano era primero, El bueno de
Papadiamantopoulos entró a caballo al estadio en plan John Wayne y se acomodó en la tribuna junto a la familia real, que
esperaba ansiosa las últimas noticias. De pronto, otro mensajero enviado por la
policía, que había salido petado en el momento en que Spiridon había dejado
atrás al desmayado Flack, entró en el estadio a dar la gran noticia y se
corrió la voz "como la velocidad de
la luz", según la crónica oficial de los Juegos. Gritos de "Helénico!
Helénico!" (¡Un griego! Un griego) no dejaban duda. De los cuatro
extranjeros, tres estaban fuera de la carrera (El norteamericano Blake había
abandonado en el kilómetro 25). Solamente Kellner podía aguarles la fiesta,
pero parecía poco probable. Después el Comisionado de la Policía apareció y
formalmente comunicó lo que el gran griterío de la multitud en las calles ya
anunciaba: el ganador estaba llegando. Por fin, el escurrido Spiridon,
polvoriento y desgastado apareció en la entrada del estadio de mármol. Y luego
sucedió algo impensable en nuestros días, el príncipe Jorge y el heredero
Constantino se acercaron para recibirlo y, uno a cada lado, corrieron con él el
final del trayecto hasta la línea de meta, donde Spiridon hizo una solemne
reverencia ante un encantado Rey Jorge. El Garretazo
estaba completa y definitivamente olvidado. En el informe oficial de los Juegos
se puede leer en griego algo que traducido, más o menos es esto:
“Aquí recibieron al vencedor
olímpico con honor completo; El Rey se levantó de su asiento y lo felicitó con
el mayor entusiasmo por su éxito. Algunos de los ayudantes de campo del rey, y
varios miembros del Comité besaron y abrazaron al vencedor. La que se vivió en el
estadio no se puede describir fácilmente, e incluso los extranjeros se dejaron
llevar por el entusiasmo general”
Se
montó una algarabía que no me extraña que a Louis aún le resonaran los oídos cuarenta
años después. Porque según se retiraba a los vestuarios lo llenaron de
obsequios, algunas mujeres se quitaban los collares y se los ponían a él,
también sortijas y otras joyas, de manera que le dejaron como un árbol de
navidad. Le basaban, le abrazaban, le llevaban en volandas, mientras, la
emoción se extendía como una onda en un lago desde el estadio a la ciudad.
Spiridon había parado el reloj después de 2
horas, 58 minutos y 50 segundos. Cuarenta kilómetros más o menos en ese tiempo
es mucho correr, sobre todo teniendo en cuenta que sólo unos días antes había
corrido otra igual en algo más de tres horas y quince minutos. Es un ritmo de
cuatro treinta el kilómetro. Para un chico de veinticuatro años no entrenado
como atleta de fondo (ni como atleta de nada) no está nada mal. ¿Qué habría
conseguido Louis en caso de tener un plan de entrenamiento y nutrición como los
de los atletas actuales? Nunca lo sabremos. Posiblemente a él no le hubiese
interesado correr así.
Siete
minutos después de louis, Charilaos Vasilakos cruzó la meta en medio del
alborozo general, y el éxtasis total llegó al ver que el tercero era Spiridon
Belokas. Pero el cuarto, el húngaro Gyula Kellner protestó oficialmente porque,
según sus informadores, Belokas había hecho parte del trayecto en un carruaje. Belokas
admitió la trampa y en consecuencia el bronce fue para Kellner y el olvido para
Belokas (yo le recuerdo aquí porque a me encantan las historias de tramposos,
sin ellos, ¿para qué poner reglas?).
Spiridon Louis en pleno agasajo |
Al
parecer, el rey ofreció a Louis un regalo, el que él quisiera. Y a Spiridon se
le ocurrió pedir un carruaje tirado por un burro, que le vendría muy bien para
su trabajo como aguador. También pasó que
comerciantes de todo Grecia quisieron agasajarle, y por eso Louis
recibió relojes, joyas, vino, cortes de pelo gratis, ropa gratis de por vida,
comidas gratis, café gratis por un año, una escopeta y una máquina de coser
Singer. Dicen algunos que incluso un magnate había ofrecido la mano de su hija
(y todo lo que acompañaba a la mano, se entiende) al ganador de la carrera. Ya
sabes, eran otros tiempos.
No
sabemos con seguridad si Louis aceptó todos esos regalos, pero si sabemos que
durante un tiempo tuvo la reputación de ser el atleta amateur mejor pagado de
todos los tiempos.
En
una entrevista que apareció al día siguiente, Louis contestó así a una pregunta
sobre su preparación para la carrera. "Soy cartero y ese trabajo de recorrer
calles y calles me ha fortalecido… Grecia no podía perder este primer maratón… yo
lo conseguí".
Y
esta respuesta me deja un poco circunflejo, porque vamos a ver: ¿Spiridon era
un pastor, un granjero, un soldado, un mensajero del correo, un aguador? Seguramente
una mezcla de todo eso. Un cartero que llevaba agua por Atenas (que por
entonces no tenía agua corriente) y que provenía de familia de pastores y
granjeros.
Asombrosamente,
después de lo que había conseguido y lo que eso le podría dar, Spiridon Louis volvió
a Marousi, su pueblo natal, un pequeño rincón al norte de
Atenas, que hoy ya es barrio de la capital, y allí vivió una vida tranquila. Nunca
más volvió a competir y trabajó como agricultor y como oficial de policía
local. ¿Flor de un día? Tal vez su caso es uno de tantos en el que el talento
es muy superior al interés por desarrollarlo.
Mi admirado Georgios Dolianitis tenía razón. Mucho más que en cualquier otra prueba y
que cualquier logro, la victoria de Spiridon Louis fue la inspiración que
mantuvo vivos a los Juegos Olímpicos en aquellos tiempos difíciles en los que
el movimiento olímpico enfrentaba el nacimiento de un nuevo siglo que venía
cargadito de dificultades.
Louis, el hombre que dió una rama de olivo en señal de paz a Hitler en Berlín36 murió el 27 de marzo de 1940 en Marousi. Ese mismo día, como una paradoja del destino, Heinrich Himmler, jefe de las SS, ordena la construcción del campo de concentración de Auschwitz. Por Grecia y Alemania han pasado 75 años. Y así vamos.
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