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la línea que separa leyenda y realidad, KAHANAMOKU

Estás la playa de Newport, en California. Imagina que el mar empieza a enrabietarse. Un pesquero está intentando entrar por la embocadura del puerto, y por más que lo intenta, el mar le niega el camino. El barco vuelca y arroja a sus veintinueve marineros abandonándoles a merced de la marea.
Un hombre de treinta y cinco años coge su inmensa tabla de surf y se pone a la faena junto con otros dos surfistas.
Consigue alcanzar, subir a su tabla y arrastrar hasta la orilla, uno a uno, a un total de ocho marineros. Entre los otros dos llevan a cuatro hombres más hasta la costa. Ninguno de los diecisiete restantes consigue salvar la vida, así se había puesto de imposible la violenta resaca.
Corría el 14 de junio de 1925, y desde aquel día, los socorristas de las playas del pacífico siempre tienen listas tablas de surf para sus rescates.
Aquel inmenso humano que desafió a la naturaleza y lideró el rescate era Duke Kahanamoku, y esto no es una leyenda.
Unos quince años antes pasó una cosa de esas que pasan, pero que muchas veces pasan y ya está, y esta vez pasó y fíjate tu por dónde.
En un campeonato de natación de no demasiada trascendencia, en el Puerto de Honolulú, un joven de veintiún años va, coge, y en las 100 yardas estilo libre, (que son 91.44 metros),  hizo un tiempo de 55 segundos y 4 décimas, lo que suponía batir el récord mundial ¡por 4 segundos y 6 décimas! Después rebajó también la mejor marca de los 200 metros ¿Y qué hicieron los responsables del Amateur Athletic Union cuando se lo dijeron los organizadores de la carrera? Lo normal en estos casos, pensar que el cronómetro estaba estropeado y no darles crédito. El joven era Kahanamoku, y esto tampoco es una leyenda.
Así que Duke se tuvo que ir en marzo de 1912 a Pittsburgh, en Pensilvania, a las clasificatorias. Kahanamoku, compitió en la carrera de 220 yardas (201,168 metros). Cuando saltó al agua, sintió un calambre y no pudo ganar la carrera. Pero con calambre incluido se clasificó para competir en los Juegos con el equipo norteamericano  ¿Cómo es posible que a un deportista de este nivel le dé un calambre nada más saltar? Tal vez la respuesta nos la dé lo que sucedió en la carrera de 100 metros estilo libre de los Juegos de Estocolmo. 
Cuando su carrera de clasificación para la final estaba preparada en el puerto de Estocolmo, no aparecía por ninguna parte ¡Se había quedado dormido! Le despertaron a voces, salió corriendo y tuvo que convencer a los jueces de que  retrasasen la carrera el tiempo suficiente para que le trajesen el bañador. Los jueces, por una vez y sin que sirviera de precedente, retrasaron ligeramente la carrera hasta que el gigantesco hawaiano se situó en su puesto de salida vestido para la ocasión.
En la carrera Kahanamoku rompió el récord olímpico por una parte y sorprendió al mundo por otra,  porque nadaba de una manera extraña, como arrastrándose en el agua, a esa técnica la llamaron “crawl" (que es como los ingleses dicen arrastrarse, no le des más vueltas). Y Duke cambió algo más en la historia, a partir de entonces, cuando una persona de cualquier parte del mundo aprende a nadar, lo hace a crol.
En la final, en el puerto de Estocolmo, se hizo con el oro olímpico y se convirtió en el rey de la velocidad en el agua. 
Cuando el que se subía al Pódium era el que premiaba, Estocolmo 1912, Duke Kahanamoku

Y déjame que te cuente limeña un previo al día que cambió la historia. Porque es necesario que sepas que ya de jovencito, Kahanamoku prefería la tabla de surf de la vieja escuela, que llamaba su "papa nui", construida al estilo de las antiguas tablas "olo" hawaianas. Para que te hagas una idea, estaba elaborada de madera del árbol de koa, medía casi cinco metros y pesaba unos 50 kilos, y otra cosa, no tenía quilla. Y Duke pasaba horas perfeccionando sus tablas.
Y ahora que sabes esto, estás en el ajo y entenderás por qué, a pesar de que Duke hizo cosas que han producido pequeños cambios en la historia, el día que verdaderamente cambió la historia fue el 23 de diciembre de 1914. La Primera Guerra Mundial había estallado, pero a los norteamericanos esto les quedaba lejillos y no disturbaba su prosperidad, y Duke estaba utilizando la fama que le dieron los Juegos Olímpicos para dar a conocer su deporte preferido con la natación como gancho. Fue invitado a Australia, y llegó allí sin tabla. Cogió un hacha, y ante los ojos estupefactos del personal, convirtió un árbol en una tabla suficientemente digna como para meterse en el agua de la hoy mítica playa de Sydney Freshwater, ese día se considera en el universo del surf el más importante de la historia de este deporte.
Duke en 1920 y esa pedazo de tabla.


Comenzó la demostración entre tiburones, y al salir, le preguntaron si no le habían dado problemas aquellos animalitos tan poco sociables, Duke contestó: “No, y yo a ellos tampoco". Su demostración de poderío y dominio fue tan impactante que los australianos primero, y después, como fichas de dominó, el resto de habitantes del Pacífico le consideraron definitivamente “el padre del surf moderno”. Algo que es mucho decir en este mundo nuestro en el que el surf es una forma de vida aceptada y asumida por cientos de miles de personas en todo el mundo. A veces, las cosas así ocurren.

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