A Lombi, con todo mi afecto.
Lombao, siempre en mi equipo. |
Mientras que en la madrileña pista de
Vallehermoso se disputaban los II Juegos Iberoamericanos de 1962, un reducido
grupo de espectadores comentaba en las gradas lo ilógico que era que España no
tuviese todavía representantes en la categoría femenina en una competición así.
Uno de ellos era José Antonio Elola Elaso, Delegado Nacional de Educación Física y Deportes. Entre
otros, junto a él estaba en ese momento el atleta y preparador Bernardino
Lombao, que en aquel campeonato competía en el decatlón. De aquella
conversación se derivó la visita de este último, con el apoyo de Rafael Cavero,
presidente de la RFEA, a la Delegada Nacional de la Sección Femenina,
institución por la que pasaba cualquier decisión concerniente al deporte
femenino. Y de esa reunión con Pilar Primo de Rivera, Lombao salió, aún no sabe
muy bien cómo, con la consigna de organizar un primer equipo de atletismo que
pudiese competir internacionalmente, pero con restricciones en cuanto al tipo
de prueba en las que podrían participar y eliminando de partida las que no
fuesen suficientemente femeninas a juicio de la institución.
Tanto
en Madrid como en Barcelona, los liceos franceses eran casi las únicas
instituciones en las que las niñas y adolescentes habían practicado atletismo
durante los años cincuenta, y en ambas ciudades el mejor camino para incorporar
a las mujeres al atletismo era aprovechar el momento en el que accedían a la
Universidad. Así lo supieron leer quienes se responsabilizaron de ello, y de
ahí que la primera gran selección de atletas se hiciese en Madrid, donde
algunas chicas ya entrenaban en las pistas de la Ciudad Universitaria a pesar
de no poder competir.
Con
todo ello, en las primeras semanas de 1963 y con la estratagema de incorporar
la obligatoriedad de superar unas pruebas físicas que puntuaban para el
campamento de verano de la Sección Femenina, José Manuel Ballesteros y
Bernardino Lombao consiguieron que más de seiscientas estudiantes pasaran por
el Palacio de los Deportes de Madrid para ser testadas en habilidades atléticas
básicas. “Algunas eran francamente
buenas, ya que venían de practicar deporte con sus hermanos, pero nunca habían
competido” recuerda Bernardino Lombao con cierta añoranza. De aquel control
en el que los estudiantes de la residencia Blume de Madrid fueron jueces,
salieron unas sesenta estudiantes que se comprometieron a iniciarse en el
atletismo.
Por
aquel entonces, José Manuel Ballesteros era el entrenador que más horas pasaba
en la mítica pista de ceniza de 301 metros de cuerda de la Ciudad
Universitaria, la única que había existido en Madrid hasta unos meses antes,
donde entrenaba a muchos universitarios y a muchos de los mejores atletas
españoles de entonces. Y aprovechando la apertura sobrevenida empezó a tener a
algunas de aquellas atletas a su cargo.
Un grupo de pioneras entrenadas por Bernardino Lombao en la Ciudad Universitaria de Madrid. |
En ese
momento ni siquiera había ropa deportiva de competición para mujeres en las
tiendas especializadas de atletismo, así que eso también hubo que improvisarlo
ante la inminente llegada de competiciones. En una tienda de la calle Cea
Bermúdez que regentaba Emilio Villanueva, entonces jugador de balonmano del
Atlético de Madrid, consiguieron confeccionar con la ayuda de Anne Gregorides,
una estudiante austriaca para la que el atletismo no era algo nuevo y que
sirvió de modelo y asesora, unos pantalones cortos para las atletas a partir de
unos pantalones elásticos de esquí que pasaron el visto bueno de la Sección
femenina.
La
primera competición de importancia que hubo en Madrid fueron los Juegos
Universitarios Nacionales que se celebraron en la Ciudad Universitaria en mayo
de 1963. Prueba de que aquellos eran otros tiempos, las gradas de la pista
universitaria, que generalmente no se llenaban en estos campeonatos, resultaron
insuficientes para albergar a tanto espectador curioso que se agolpó para ver a
las atletas romper una barrera social que injustificadamente había permanecido
levantada durante demasiado tiempo. Un mes después se celebraron las pruebas de
selección para la Universiada.
Con el
trabajo de Ballesteros y Lombao, y por supuesto con la ilusión de atletas como
María Teresa Montes, Bettina Cadne, Maria Pilar Llamas, Mercedes Villar,
Consuelo Seco o Mercedes Morales, se formó la selección madrileña para el
Campeonato de España que se disputó en el viejo estadio de Montjuic los días 17
y 18 de agosto de 1963 y que fue el primero que iba a volver a recuperar la
presencia de mujeres en la máxima competición nacional. Es necesario apuntar que
las atletas madrileñas tuvieron allí como principales rivales a las atletas de
Cataluña, que en su mayoría entrenaban con Miguel Consegal, quien había
sido un buen atleta en los años treinta y cuarenta, y con María Luisa
Oliveras, que también había sido una de las pioneras del atletismo femenino en
la fantástica época de los años treinta.
A la
vuelta de aquel Campeonato, el Presidente de la Federación Rafael Cavero nombró
a José Manuel Ballesteros primer seleccionador nacional femenino, labor que
realizaría durante veinte años y que se inició con el primer encuentro
internacional de la Selección Nacional femenina frente a Portugal durante
septiembre de 1964 en Lisboa.
En
aquella primera selección que se estrenó en el lisboeta estadio José Alvalade
compitieron atletas de muy diversas procedencias: Albina Gallo de Castilla;
María Rosa Sierra y Blanca Miret de Aragón; Luisa María García Pena (la única
que consiguió una victoria en su prueba de jabalina), Nela Souto y Natacha
Astray de Galicia, Isabel Montaña y Teresa Baylina de Cataluña; Conchita Laso y
Aránzazu Vega del País Vasco; y Mercedes Morales, Emma Albertos y Tere
Castañeda de Madrid. Juntas hicieron frente a las portuguesas que, más
curtidas, se impusieron por 64 puntos a 39.
Con el
paso del tiempo la presencia de mujeres en las pistas se fue normalizando,
aunque aún tuvieron que pasar muchos años hasta que se considerase a una atleta
con el mismo respeto social que se les tenía a los hombres.
Aquellas
estudiantes que dieron el paso abrieron un camino de éxitos y reivindicaciones.
Y el ostracismo al que se había abocado a la disciplina se rompió gracias a la
naturalidad y seguridad con la que afrontaron los cambios. Algunas como Blanca
Miret han permanecido siempre unidas al atletismo: durante los primeros años
sesenta batió los récords de España de 200 metros, salto de longitud, 4X100 y
4X200, y aún hoy, casi seis décadas después, se la puede ver por las pistas
compitiendo en categoría máster.
Un
ejemplo fantástico de la personalidad de aquel grupo lo dio la velocista Lola
Fonseca, cuando al ser preguntada por la razón por la que hacía atletismo
contestó: “Porque me gusta que me dé el
aire en la cara”. Y con eso lo dijo todo.
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