Conocer a Lombao es como conocer a Edward Bloom, el de Big Fish. Es
descubrirte de pronto en un mundo de aventuras asombrosas y personajes
fantásticos.
Conocer a Lombao es conocer a sus amigos los gigantes, Romay, Martín,
Vecina, Geuer, Cebrián... A genios de lámparas maravillosas, Corbalán, Paquito,
Miguel Quadra, Juan de Dios... Y cientos más, ellos y ellas, porque eso tienen las personas
nucleares.
Atravesar el bosque embrujado, (gallego a ser posible), y conocer a O
Bruxo Torrado y a Carballo, a Carlos Pérez, a Marta Bobo, y llegar a un pueblo
escondido, que aquí llamaré por ejemplo Quiroga, donde todos suelen caminar con
los pies descalzos.
Caminar descalzos para sentir el suelo, dejar las botas a la entrada,
colgadas en un cable, y adentrarse en la vida diferente pero mejor de los que
llevan el estigma y la impronta Lombao.
La población de ese pueblo tiene nombres comunes, Mónica, Carolina,
Andrés, Honorio, Alfonso, Alicia, Beatriz, Estela,… son nombres comunes para
gente nada común, tienen el sello de los pies descalzos, el cuño de la
libertad.
Conocer a Lombao es, además, conocer a poetas y cantantes, a
periodistas y presidentes, a ministras, secretarios de estado y alpinistas, a
domadores de miedos y a forjadores de sueños.
Lombao en el Monte Meru (Tanzania) Foto: Carlos Beltrán |
Juntos subimos a las montañas
más altas, navegamos por mares y ríos, descendimos barrancos, cabalgamos, remamos, corrimos, paleamos,
peleamos, y también lloramos, reímos y sufrimos. Porque de sufrimientos está
también construida la libertad.
Lombao contaba historias de guerras, de circos, de Wall Street, de
Spectre… igual que Edward Bloom, pero de verdad.
La historia de José Luis Torres en Chile, la del día que le prestó un
puro a Fidel Castro, la del que hizo creer a Epi y a Martín que se caía desde un
puente colgante, la del que bajó de la grada a la pista de un salto para
insuflar el valor necesario a la selección femenina en Barcelona 92, el día en
que trajo a Bob Beamon para dar una rueda de prensa, o el que saltaba desde el
tejado de su casa a la piscina para celebrar su setenta cumpleaños. Aquella vez
que entrenaba a Blanquer y éste llegó a los 8 metros, o cuando llevó a Sagrario
Aguado a la piscina de la Blume para que aprendiera a saltar Fosbury cayendo en
el agua o ese en que jugó un partido de golf con Michael Jordan de pareja.
Y así sin parar de contar, y sin parar de crear nuevas historias;
cuando entrenaba con Arzak, si, con Arzak, cuando cronometró una maratón en la bodega de un
barco, cuando llevó a la selección Junior a entrenar a un cementerio, cuando me
convenció para saltar en caída libre, cuando consiguió el récord de pértiga de
mayores de setenta y cinco, aquella vez que se quedó a un curso de entrenadores de atletismo
femenino en Italia cuando aún no había atletismo femenino aquí ¡y eran todas mujeres!, cuando iba en vespa con Miguel
Quadra disfrazados de romanos y preguntaros a un guardia ¿Cuánto queda para
Roma?...
Cuando grabábamos un programa semanal de una hora hablando en serio a la infancia de
deporte y salud, cuando seguíamos a los deportistas que buscaban
su olimpo, cuando inventamos una competición que puso a correr, saltar y lanzar
durante años a los niños y las niñas de varias comunidades autónomas.
Porque vivir con los pies descalzos nos lleva a descubrir la tierra
que pisamos y a despreciar las ataduras de los cordones. Nos lleva a despegar,
chuc-chuc-chuc… y a utilizar los pies para impulsarnos y no para apoyarnos.
Pero hay algo más, algo que tienes cuando tienes a Lombao:
En ese pueblo llamado por ejemplo Quiroga, en mitad de ese bosque
embrujado, viven seis seres mágicos y únicos, a los que es fácil querer. Energías únicas y hermosas capaces de transformar el mundo con su fuerza, su sonrisa y su
ingenio. Pardos y Lombaos, un regalo para quienes nos sentimos extraños en este
mundo de seres de piel de cera.
Hace unos meses Lombi preparaba un campeonato de pentatlón de
lanzamiento para mayores de ochenta, en esas estábamos cuando...
Lombao toleraba mis rarezas, igual lo hacía porque él también tenía
las suyas, a lo mejor veía reflejada en esta cabeza abierta mía algo de lo que
era partidario. Aceptaba mis ideas, discutía mis posiciones radicales, se
divertía poniéndome en la obligación de defenderme.
Hace dos meses fui a verle a casa, ya tenía puesto el pie en el
estribo. Hablamos de todo un poco, repasamos algunas notas que yo necesitaba
para un libro, hablamos del futuro, el lugar en el que
más cómodo se encontraba. Teníamos en mente hacer un programa semanal desde la
estatua de Miguel Quadra, para hablar de deporte y de vida, él, yo, y quien
quisiese sumarse.
- Tengo que volver a lanzar, y si
no puedo será porque tengo que ir a galopar.
Supongo que cuando tantas veces hablaba del amor con mayúsculas se
refería a eso que él daba a quien apreciaba, amor sin condiciones, o aún mejor,
amor a pesar de todo. Ser del equipo de Lombao es quitarse los
zapatos y caminar descalzo por la vida, sintiendo el suelo. Y así lo seguiremos
haciendo.
En Nigeria, en la tribu de Glorie Alozie le nombraron Chiff, le
pusieron un collar inmenso de cuentas blancas y le otorgaron honores, normal.
Eso es algo que debimos haber hecho aquí, nombrarle chiff, darle poder de
decisión sobre el deporte en España.
Lo que pasa es que, por aquí, lo de caminar descalzos asusta mucho.
Gracias Lombi por hacerme sentir libre entre tanto barrote, por
hacerme sentir fuerte entre tanta piraña, gracias Lombi por hacerme sentir yo.
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