Nacemos, vivimos, algunas y algunos corremos, y
morimos. Esto último, aparte de ser lo que más rabia me da, es algo inmutable.
En Noruega, en 1953, nació Grete. Y nació con
todo el equipamiento de serie más habitual, luego ella, con perseverancia, se
encargó de ponerle los extras. Es decir, de correr, correr y correr.
El atletismo de fondo no tiene demasiados
secretos, hay un buen montón de teorías sobre entrenamiento y
perfeccionamiento, también sobre alimentación y suplementos, también sobre
sustancias y transfusiones… pero no tiene demasiados secretos: Correr, correr y
correr.
El caso de Grete Waitz tiene algunos componentes
realmente interesantes que vistos con la perspectiva que da el tiempo los hace
aún más llamativos. Porque en los años sesenta las mentes ilustres no tenían el
atletismo de fondo entre las posibilidades femeninas, ni siquiera el padre de
Grete, que veía cómo su hija ganaba
cuanto corría, las tenía todas consigo. Lo digo porque aún hoy esto es muy corriente, padres.
La pura realidad es que hasta muy entrados los
ochenta del siglo pasado, las largas distancias no se relacionaban con mujeres,
salvo cuando nadie miraba.
Una de las causantes de que las escamas se
cayesen de los ojos de tanto “hombre de poca fe” fue Grete Waitz.
Cuando con
dieciocho años consiguió un bronce en los 1500 de los JJOO de Múnich, debió de
pensar ¿ya? porque enseguida empezó a buscar distancias más largas para
mejorar su rendimiento. En pocos años corría los 3000 más rápido que ninguna
mujer sobre la tierra. Y con veintiún años (que igual que veinte no es nada) se
pasó a la carrera más larga, una prueba que en femenino no era olímpica y aún
no estaba en los mundiales de atletismo, entre otras cosas porque aún no había
mundiales de atletismo.
Es decir, que era pionera absoluta a riesgo de no
tener mayor repercusión pública.
En 1978, el director de la maratón de Nueva York,
Fred Lebow, la invitó a correr, y ella aceptó encantada, corrió feliz, y
se metió en el bolsillo la primera de las nueve maratones de la Gran Manzana
que consiguió. Y en un par de ocasiones batió el record del mundo de maratón en
esa carrera.
Lo del record de maratón también tiene su aquel.
Los puristas lo llaman la mejor marca
mundial, porque cada maratón es diferente, es decir, no se trata siempre
del mismo recorrido, o en una pista dar vueltas y vueltas y vueltas, sino que
hay cuestas arriba, curvas, cuestas abajo, adoquines, estrechamientos… por eso
no es lo mismo bajar de tres horas en Madrid que en Londres, y por eso quien
quiere mejorar su marca se va a Berlín. De manera que batir un record mundial en
Nueva York es, más que la manzana, la pera.
Gracias a Fred Lebow vivió sus momentos más
brillantes como corredora, y junto a él vivió en 1992 la carrera más emocionante
de su vida.
Ya poco importaba que Grete hubiese ganado nueve
de Nueva York, que hubiese sido campeona de Europa en el 83, plata olímpica en
Los Ángeles 84 y pentacampeona del mundo de campo a través, y suma y sigue. Ya
no importaba porque Fred Lebow tenía un cáncer cerebral, y ese detalle
convertía la Maratón del 92 en algo muy diferente, o bien mirado, en algo muy
parecido.
La palabra superación adquirió aquel día un nuevo
significado.
Waitz completó su
último maratón el 1 de noviembre de 1992 corriendo junto al hombre que confió
en ella para darle una dimensión femenina a la prueba de las pruebas. La
terminaron juntos en algo más de cinco horas y media. Para mi esta historia
dice más de Grete que todo lo anterior corrido y ganado y cada vez que lo
cuento se me erizan los pelos de los brazos.
Pasado el tiempo, por
esas perrerías del destino, hace apenas tres años, fue ella la que tuvo que
enfrentarse contra un cáncer cerebral, y finalmente Grete nos dejaba el 19 de abril de 2011 hasta más
ver. Para ella el recuerdo, la admiración y el agradecimiento por su ejemplo.
Mary Wittenberg y George Hirsch, en representación del Maratón de Nueva York, reciben el Premio Príncipe de Asturias 2014 (Archivo fotográfico FPA) |
¡Cómo habrán
disfrutado Grete y Fred viendo a su carrera recibir el Premio Príncipe de
Asturias! Todos tan elegantes, tan de alfombras y oropeles.
Cada paso de Grete fue
un cuchillo que abrió la senda del fondo a las mujeres. Hoy me he vuelto a
acordar de ella. En unos días miles de piernas saldrán de Staten Island. Y con
ellas correrá el espíritu de Waitz.
Seguro.
Seguro.
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