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Las lesiones forman parte de la existencia. Bill Walton, la muestra.

Hace unos días ha publicado Desnivel un artículo con este título: Las lesiones forman parte de la escalada.

A esto podríamos añadir sin riesgo a equivocarnos que las lesiones son parte de la vida. Lesiones físicas y psicológicas, lesiones patológicas y sociológicas. Y aquí aparece el deporte como arma terapéutica, y la vida como herramienta para utilizar las lesiones a nuestro favor.
A la biografía del jugador de beisbol Girby Kaile (o como quiera que se escriba) que Woody Allen imaginó para Días de Radio, se le suman otras muchas reales, de deportistas reales que han pasado su vida dando sentido a la frase del titular de Desnivel. 
Por ejemplo, el gran Bill Walton podría decir tranquilamente que las lesiones forman parte del baloncesto.
Bill Walton para mi, que soy un sentimental, son dos palabras mayores. 
O más bien tres palabras mayores y dos números romanos: William Theodore Walton II. Una inspiración en mi existencia, no porque mida dos metros once, algo inalcanzable para muchos a los que la genética nos tenía preparado un futuro con los ojos a menos de metro ochenta del suelo, no porque fuese pelirojo o porque jugase bien al baloncesto, sino porque es un tipo inasequible a las contrariedades. Un genio de la auto-superación, un luchador contra la adversidad.


La carrera deportiva de Walton es una sucesión de entrenamientos, partidos y lesiones. Pero lesiones calamitosas. 
En sus dos primeros años en la NBA con los Portland se fracturó la muñeca, el pie, la nariz y la pierna, así que jugó cuando pudo. El año de la mítica final contra los Philadelphia 76ers de Erving solo tuvo una lesión, y así llegó a las semifinales bien para enfrentarse a Jabbar y hacerle una defensa que aun hoy se recuerda en Portland. 
Bill Walton'. Dick Raphael/NBAE/Getty Images

Pero al año siguiente se lesionó de mucha gravedad en el pie  y no pudo jugar los partidos más importantes. Como en Portland no le trataron bien, cansados de su tendencia a las contusiones, se piró a san Diego con los Clippers. Le pagaron un pastón para que jugase y a cambio él se rompió el escafoides, en cuatro temporadas llegó a jugar sólo cuarenta y siete partidos, los médicos le dijeron que casi mejor que lo dejase, él dijo que cáscaras, y se sometió a una cirugía salvaje en su maltrecho pie y de paso se sacó la carrera de derecho en Standford. 
Cuando recuperó la movilidad de su peana volvió a las pistas y jugó bien y feliz con los Clippers, En breve los Celtics de Boston, un equipo plagadito de figuras le llamó para que fuese su sexto hombre (el primer suplente, se entiende. en aquella época en que el cinco titular era el cinco titular y el resto era el resto) 
Y en 1985, con treinta y tres años, ocho después de su primer campeonato, Walton consiguió un nuevo anillo, en una temporada en la que solamente se había roto la nariz. Era un hombre feliz que había dejado claro que la perseverancia en ocasiones es la única herramienta contra la mala suerte.




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