2014
Robin Williams.
Siempre viene bien un Good Morning
Vietnam en nuestros amaneceres. A cada cual lo suyo.
No se muy bien si Robin Williams está entre mis preferidos absolutos o en ese límite a punto de ganar en la negociación. Tampoco es algo muy relevante que digamos.
No se muy bien si Robin Williams está entre mis preferidos absolutos o en ese límite a punto de ganar en la negociación. Tampoco es algo muy relevante que digamos.
En el Rey pescador y en El club de los poetas muertos hay
una misma tesis de interpretación, de representación y de realidad. Un actor de
método, de método propio, por mucho actors studio y por mucho Stanilsavsky que
le zozobrasen.
La fama y las modas le hicieron pasar por películas de poco
más o menos, pero cuando el mensaje lo permitía, se salía. Se salía de los
límites del dibujo, de los límites de la película, y entonces la historia se
convertía en Williams.
De donde sacara ese infinito registro de sonrisas y miradas,
de donde esa manera de decir frases imposibles para otra boca, de donde
consiguiese incorporar en su limitado físico cualquier personaje, por muy
gigante que fuese; de ahí es de donde convendría beber.
Una injusta fama de histrión le perseguía, merecida en todo caso más por sus
apariciones públicas inopinadas que por su defensa de los papeles que le
tocaron en suerte.
Un histrión no es Williams. Williams es un actor, completo,
inmenso en su pequeñez, definitivo.
Y para toda una generación, un verso libre de Whitman.
O, captain, my captain.
Oh capitán, mi capitán.
Me subiré a la mesa tantas veces como sea necesario para mirar la realidad desde otro punto de vista.
Me subiré a la mesa tantas veces como sea necesario para mirar la realidad desde otro punto de vista.
O Captain my Captain! our fearful trip is done
Robin Willias vive.
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